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Actualizado: 18 de julio de 2025
Ayudado por D. Baldomero y Arnaiz, Gumersindo empezó a traer batistas finísimas de Inglaterra, holandas y escocias, irlandas y madapolanes, nansouk y cretonas de Alsacia, y la casa se fue levantando no sin trabajo de su postración hasta llegar a adquirir una prosperidad relativa.
El cielo azulado, las llanuras de Alsacia y Lorena, y, al fin del horizonte, las de la Champaña, aquella inmensidad sin límites en la que se perdía la mirada, le producía como un desvanecimiento de entusiasmo. Parecía que tenía alas y que volaba por el espacio azul, como esos grandes pájaros que se arrojan desde la cima de los árboles a los abismos, mientras entonan el himno de su independencia.
Lo menos... desde hace dos meses..., sin hablar de los que se han quedado en Alsacia y del otro lado del Rin; porque, como usted comprenderá, no hay carros para todos, y, además, muchos no valen la pena de que se les traslade. Sí, lo comprendo; pero ¿por qué están aquí esos desgraciados? ¿Por qué no los llevan al hospital?
Hexe-Baizel, trae un asiento a Hullin. Luego sentose el contrabandista en el hogar, con la espalda hacia el fuego y frente a la puerta abierta, por la que penetraban juntos los vientos de Alsacia y de Suiza.
Esto se esplica facilmente: las gentes que habitan á la parte de acá del Danubio y del Rhin, la Suiza, la Baviera, la Alsacia, el Austria occidental, las provincias de Colonia y Tréveris, y toda la tierra baja de Flandes, vivian sin industria y sin artes, casi puede decirse sin poblaciones fijas, y mucho mas por consiguiente sin centros de cultivo cientifico y literario, cuando los monges benedictinos empezaron á evangelizarlas.
Los hombres que formaban la partida vivaqueaban en los alrededores; a sus pies se descubrían Grand-Fontaine y Framont, presos en una estrecha garganta; más lejos, en la curva del valle, Schirmeck y los viejos residuos de ruinas feudales; por último, en las ondulaciones de la montaña, el río Bruche se aleja haciendo zigzags entre las brumas grises de Alsacia.
Aquella noche, hacia las dos de la madrugada, comenzó a nevar; al despuntar el día hubo necesidad de ponerse en movimiento y de darle de firme a las suelas. Los alemanes habían abandonado Grand-Fontaine, Framont y Schirmeck. Lejos, muy lejos, en las llanuras de Alsacia, se veían unos puntos negros, que eran sus batallones en retirada.
Algunos años antes, había emprendido con un camarada tan loco como yo, a través de Alsacia, Suiza y el Ducado de Badén un verdadero viaje de buhonero, con el saco a cuestas, a jornadas de doce leguas, rodeando las poblaciones de las cuales sólo deseábamos ver las puertas, y marchando siempre por sendas y atajos sin saber a dónde nos conducirían.
Al lado de un grupo o cesto de dalias crecía una esparraguera, y a la vista de un magnífico macizo de cannas índicas y calladium prosperaba un bosque de alcachofas y un cuadro de berzas de la Alsacia. En una de las esquinas había un gran tendejón donde yacían hacinados muebles viejos de la casa, algunos coches estropeados, aperos de jardinería, etc., etc.
Estas dos andrajosas criaturas se habían establecido en la caverna de Luitprandt, así llamada, según las antiguas crónicas, porque el rey de los germanos, antes de descender a Alsacia, mandó enterrar bajo aquella bóveda inmensa, de asperón rojizo, a los jefes bárbaros que habían muerto en la batalla de Blutfeld.
Palabra del Dia
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