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El perrero se había alejado al oír que el maestro de capilla, de infatigable locuacidad cuando hablaba de su arte, acometía el tema de la música.

Se había alejado, y creyendo no verle en mucho tiempo, crucé las manos con desaliento y dejé correr mis lágrimas, cuando le vi volver sobre sus pasos. Vamos, Reina, no nos hagamos los malos. Por qué nos enoja... Pero qué... ¿estáis llorando? Pensaba en Juno repuse logrando hacerlo con voz segura. Tenéis razón, primita. Os quedáis muy sola. ¿Queréis tenderme la mano? Con mucho gusto, Pablo.

4 Saliendo ellos de la ciudad, que aún no se habían alejado, dijo José a su mayordomo: Levántate, y sigue a esos hombres; y cuando los alcanzares, diles: ¿Por qué habéis vuelto mal por bien? Habéis hecho mal en lo que hicisteis. 6 Cuando él los alcanzó, les dijo estas palabras. 7 Y ellos le respondieron: ¿Por qué dice mi señor tales cosas? Nunca tal hagan tus siervos.

Pero eso no impide que aquí como en todas partes prevalezca al cabo lo que debe prevalecer y perezca lo que debe perecer. Yo he vivido siempre bien alejado del mundo de las artes y las letras, pero tengo el presentimiento de que en la literatura los enemigos contribuyen más a formar las reputaciones que los amigos.

¿Crees que la niña se alegrará de conocerme? preguntó el ministro visiblemente inquieto. Siempre me he alejado de los niños, porque con frecuencia demuestran cierta desconfianza, una especie de encogimiento en entrar en relaciones familiares conmigo. ¡Yo he temido siempre á Perla! Eso era triste, respondió la madre, pero ella te amará tiernamente y la amarás también. No se encuentra muy lejos.

Escudero había aconsejado a su sobrino que saliese unos días de Madrid. Aquel desafío seguramente iba a levantar mucho ruido, los periódicos hablarían, las autoridades acaso hicieran averiguaciones: nada más oportuno que mantenerse alejado hasta que la marejada se calmase.

Antes que se hubiera alejado muchos pasos una piedra hirió á su potro y lo hizo botar, otra le hirió á él en la espalda y á entrambos lados cayó una nube de ellas. El capellán, encomendándose de todo corazón al Santo Cristo de Tanes, hincó las espuelas al caballo y logró ponerse en poco tiempo fuera de tiro. Los mineros, riendo de su hazaña, siguieron hasta Entralgo.

Una penumbra lívida y brumosa era el día austral, repitiéndose semanas y semanas sin el menor rayo de claridad, como si el sol se hubiese alejado para siempre de la tierra.

Cierto que todo lo ocurrido, con ser tanto y tan enorme, no le había apartado de sus propósitos; que se mostraba leal y cariñoso y resuelto a pelear contra todo linaje de obstáculos que se atravesaran en el camino que los dos se habían trazado en horas bien risueñas; pero esto podía ser, sería indudablemente, abnegación en él, compasión que ella le inspirase, sacrificio de muchos respetos, y sacrificios bien dolorosos acaso; y este recelo la afligía mucho más que el verle alejado de ella.

Sumida en profundo y silencioso abatimiento, la mirada inquieta reflejaba el fondo intranquilo de su espíritu; pero no brotaba una queja de sus labios, ni hubiera sido posible averiguar, aun espiándola de cerca, la causa verdadera de su pesar. ¿Era quizá el disgusto de ver alejado de la casa al hombre que estaba enamorado de su hija?