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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Al mismo tiempo, su ministro de la Guerra fruncía las cejas, llevando instintivamente la diestra á la empuñadura del sable. Miguel reconoció al futuro enemigo en esta horda sucia y revoltosa. Con estos monstruos contaba su adversario infernal para triunfar en el porvenir.
En efecto, el mar, como un gladiador que reconcentra sus fuerzas para lanzarse con mayor brío sobre su adversario, se había retirado dos millas de la playa, y una ola gigantesca y espumosa alanzaba sobre la población.
Discurrió exponer uno de los dos cigarros puros que su mujer le daba por la mañana. Cuando lo perdía, aquella tarde se quedaba sin fumar. A veces buscando el desquite, perdía dos y tres que iba entregando uno a uno a su adversario en los días sucesivos.
la abrió con el temeroso ruido que produce la rodaja al encajar en el muelle, y se lanzó otra vez sobre su adversario; pero el bandido estaba ya falto de serenidad y quebrantado por el dolor del primer golpe. No supo ser certero y en balde abanicó el ambiente con su mortífero instrumento.
EUSTAQUIO. ¡Oh! ¡Es cuestión de intuición...! Si hubiera tenido más tiempo, le hubiese enseñado a replicar inmediatamente. ¡Nada como esto para desconcertar a un adversario...! EL VIZCONDE. De todas maneras, mi querido maestro, si escapo de ésta vendré a perfeccionarme en su arte.
En vez de replicar, de defenderse, observaba á su adversario y se afirmaba en la resolución de no unirse con semejante furia.
El Duque dejó caer la pistola y se cruzó de brazos, esperando la muerte, con una bravura llena de afectación y soberbia. Gonzalo avanzó precipitadamente, hasta ponerse a dos pasos de su adversario. En aquel momento una ola de sangre le cegó. Su temperamento de atleta venció repentinamente a las sugestiones de la razón.
No era recta ni hecha de abajo arriba; todo lo contrario: daba también la circunstancia de que el enfermo tenía gran estatura y hacíase preciso, en consecuencia, que para herirle así en el pecho de arriba abajo, su adversario fuese mucho más alto que él, es decir, un hombre de ocho a diez pies de estatura.
Pero, cuando él levantaba la voz en la clase, o fuera de la clase, o con los tertulianos nocturnos que lo visitaban en el colegio, entonces temblaba la casa; buscaba la invectiva, la lanzaba al rostro del adversario y la sazonaba con vocablos de estofado, acabando por dominar el debate con sus gritos estentóreos.
Comenzada de nuevo la lucha, tampoco dio resultado alguno en bastante tiempo, apesar de que Miguel, cada vez más impaciente, atacaba con furia batiendo para herir el sable de su adversario; pero éste tenía brazo de hierro, y apenas si conseguía apartar la punta un instante. A los ocho o diez minutos volvió a sentirse cansado, mas no osó declararlo por vergüenza.
Palabra del Dia
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