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Actualizado: 6 de noviembre de 2025
Porque la verdad es que no puedo denunciar a Miguel sin denunciarme a mí mismo... Y al Rey interrumpió Sarto. Y lo propio le sucede a Miguel, que no puede decir palabra contra mí sin acusarse gravemente. Situación llena de interés comentó el viejo Sarto. Si me descubren proseguí, lo confesaré todo y me veré cara a cara con el Duque; pero por ahora no hago más que esperar su próxima jugada.
Ana, contenta de que la dejasen sola, de que la creyesen dormida o en sopor, repasaba en su conciencia aquellos pecados de que quería acusarse; era relator la memoria, fiscal la imaginación, y poco a poco, según las olas de salud subían en su marea, la enferma, perdido el terror con que despertara, oía la acusación con dulce curiosidad creciente; la idea del infierno se desvanecía, como mueren las vibraciones de una placa, lejos ya de las sensaciones de asco y terror; aquellas culpas recordadas, que eran la vida, la realidad ordinaria, pasaban por el cerebro de Ana como un alimento, daban calor, fuerza al ánimo, y, sin que el remordimiento se extinguiera, el relato adquiría más y más interés.
Dado el carácter de la Condesa, la seriedad de sus escrúpulos, la sinceridad de sus remordimientos, debemos creer que, apenas usted se marchó, ella comenzó otra vez a acusarse, a prohibirse el mantenimiento de la esperanza que acababa de conceder y aceptar. En tal situación, ¿qué motivo tenía el Príncipe para matarla?
Mucho tiene que decir... Mire usted... agita los pies... No parece que está muy a sus anchas... Lo creo... Si confiesa la mitad de lo que tiene de qué acusarse, tendrá para toda la mañana. ¡Es posible!... Es verdad entonces lo que se dice... Vaya si es verdad. ¿Está usted segura de que el capitán Clarmont?... Está todo el día metido en su casa...
Tuvo la convicción de que ya no la vería más, y una angustia de asfixia oprimió su garganta. ¿Y con esta facilidad podían separarse eternamente dos seres que días antes contemplaban el universo concretado en sus personas?... Su desesperación al quedar solo le hizo acusarse de torpeza. Ahora acudían sus pensamientos en tropel, y cada uno de ellos le pareció suficiente para convencer á Margarita.
Comprendía que al darle el dinero a Dunstan había cometido un abuso de confianza apenas menos culpable que el de haber gastado él mismo el dinero en su provecho... Sin embargo, había entre esos dos actos una diferencia que le hacía ver al segundo como tan odioso, que la idea de acusarse de él era insoportable.
¡ El culpable!, exclamó Mauricio; pero, señorita, esté usted segura de que la persona que yo supongo que está en desacuerdo con su tía de usted no tiene ciertamente nada de qué acusarse.... ¡Mi tía tampoco!
Después habló para acusarse a sí misma, sin dirigir el menor reproche al joven. Ella tenía la culpa: debía haber evitado esta soledad, negarse a entrar en el cementerio con Isidro, que estaba acostumbrado a los mayores atrevimientos con sus impúdicas amigas de Madrid... ¡Besarla!... ¡y en aquel sitio!...
Palabra del Dia
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