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Actualizado: 2 de junio de 2025
¡Que perezca cuanto ame! ¡Que su corazon de fiera lento y lento el dolor hiera y no le mate el dolor! ¡Que sus noches el infierno llene con sueños de espanto! ¡Que nunca aplaque su llanto la cólera del Señor!
Después de todos los elementos de felicidad de que hemos hablado te enamoras; la mujer que es objeto de tu amor te corresponde; vas a casarte y al satisfacer los ardientes deseos de tu corazón, te encuentras con que el ángel de tus sueños no viene a ti con las manos vacías... Esta frase causó una mordedura en el amor propio de Tristán.
Ana oró, con fervor, como en los días de su piedad exaltada; creyó posible volver a la fe y al amor de Dios y de la vida, salir del limbo de aquella somnolencia espiritual que era peor que el infierno; creyó salvarse cogida a aquella tabla de aquel cajón sagrado que tantos sueños y dolores suyos sabía....
Bien sentía que esos eran vanos sueños, pues el único lugar en el mundo... en fin, sentí nacer en mí un orgullo y una amargura tales, que todo mi ser se llenó de hiel, y me desprendí con sombría aspereza de los brazos de los míos para encerrarme sola en mi dolor.
Quien fue capaz de todo esto es capaz también de todas las hazañas y digno de las victorias y de los triunfos. Sólo de la fortuna, sólo de las circunstancias exteriores, y no de la virtud del alma, depende que en realidad se logren o que sólo se logren en sueños. Eres injusto al afirmar que me he burlado de ti.
¡Locura sublime! Locura de un mercachifle que acaso no realizara un poeta... Si tú lo eres, Tristán, si tú puedes tranquilamente entregarte a la contemplación de la belleza y verter en las cuartillas tus ideas y tus sueños, lo debes a que tu padre hizo el sacrificio de sus ideas y de sus sueños para labrarte un capital...
Comandante a los treinta y ocho años, pronto coronel, general acaso... ¡Y quién sabe si irá a recoger del otro lado del Rhin el «bastón» que ya no brota en tierra francesa! «¡Señor Mariscal!» ¿Por qué no? ¿Dónde se detienen los sueños de una cabeza de dieciséis años?
Yo miraba y no veía nada... estaba escondida: ¿dónde?, dirá usted... dentro de mi cerebro. Yo me metía las manos en la cabeza y escarbaba allí dentro; pero no la podía coger. Era una burbuja, una partícula, un átomo bullicioso y movible que me atormentaba en sueños y despierto. Quise olvidarla y no pude.
¡Calla, maldito, calla! le dije al fin . No desplegues tus labios y no me martirices sacándome de los sueños que encantan para conducirme a las realidades que matan. ¡Calla, maldito, calla!
Delante de él yace un manuscrito, en que ha trabajado antes, y es el tratado De Septem Sacramentis: divaga, escribe y habla en sueños; á su lado está la visión de Ana Bolena, á la cual él no ha visto hasta entonces, borrando con la mano izquierda lo que él escribe con la derecha.
Palabra del Dia
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