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Mas no era el mío, mi adorada amiga, un pálido y pasivo éxtasis delante de su Imagen. ¡No!

La tarde fenecía y comenzaba el crepúsculo. Andrés quedó en éxtasis ante aquel semicírculo inmenso de montañas, que parecían los escaños vacíos de un congreso de dioses. En los más altos tocaban casi las nubes rojas que acompañaban al sol en su descenso. Desde las colinas a los más bajos mediaba cortísima distancia, aunque la vista suele engañar en tales casos.

Todo lo que pasa a mi alrededor aparéceme bajo una nueva luz, y todo revestido de una belleza desconocida para ... Es una niñería, pero hace un momento que paseándome por el bosque miraba los árboles... que pasaban antes desapercibidos y decíame: «¡Qué cosa tan bella es un árbol, qué sólido es, qué elegante, cuan lleno de vida!...» No hay un solo objeto en la naturaleza, desde la más ligera hierba, que no me cause admiración, y me deje en éxtasis.

Cuando me dijo usted aquellas palabras manifestó D. Benigno, quitándose los anteojos para limpiar los vidrios que se habían empañado ligeramente me quedó en el primer momento en éxtasis y como deslumbrado. Después tuve la suerte de no dejarme alucinar por las pasiones, y de ver claro en un asunto tan expuesto al error.

Ambos la contemplaron largo rato en silencio con éxtasis, pendientes del levísimo soplo que hinchaba y deshinchaba aquel tierno cuerpecito. Fue un instante feliz. El conde, olvidado de sus temores, se calmó: una sonrisa de vivo placer se esparció por su fisonomía dulce y melancólica.

Esta padecía bastante del humor tétrico de su marido. Sin embargo, el misterio adorable que en su ser se efectuaba y el fausto acontecimiento que esperaba con impaciencia manteníanla en un estado de embelesamiento y de éxtasis del cual no era fácil sacarla.

Niego que haya moralista con derecho a reprenderme por mi pasión, si el tal nunca ha gustado esta delicia, ¡besos con música!...». Pero el mayor encanto, el éxtasis de la dicha, estaba en otra parte; en la íntima alegría del orgullo satisfecho.

Pero ahora, gracias al tío Chispas, que le tenía ley por haber conocido a su padre, era todo un marinero, estaba en camino de ser algo, podía con todo derecho meter su brazo en el caldero, y hasta llevaba zapatos, los primeros de su vida, unas soberbias piezas capaces de navegar como una fragata, que le sumían en éxtasis de adoración. ¡Y aún dicen que si el mar!... Vamos, hombre.

Por nada del mundo hubiera hecho el más leve movimiento capaz de romper el encanto. No cuánto duró aquél, verdadero éxtasis, quizás varias horas, acaso tan sólo algunos minutos; pero tuve tiempo de reflexionar mucho, tanto como puede hacerlo un cerebro cuando está en lucha con un corazón privado absolutamente de sangre fría.

Si alguien hubiera podido ver en aquel momento de éxtasis al viejo Rogerio Chillingworth, no tendría que preguntarse cómo se comporta Satanás cuando logra que se pierda un alma preciosa para el cielo y la gana para el infierno. Pero lo que distinguía el éxtasis del médico del que experimentaría Satanás, era la expresión de asombro que lo acompañaba.