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Actualizado: 4 de mayo de 2025


Y aunque por la muchedumbre del ejército enemigo se puede tener la muerte por más cierto que la victoria, la causa justa que mueve nuestras armas, y el mismo valor que venció á los Turcos vencedores de los Griegos, tambien puede darnos comfianza de romper sus copiosos escuadrones, y abatir sus águilas como se abatieron sus lunas; y cuando en esta batalla estuviere determinado nuestro fin, será digno de nuestra gloria que el último término de la vida nos halle con la espada en la mano, y ocupados en la ruina y daños de tan pérfida gente.

Uno de los cubos almenados erguíase en el fondo del huerto, y su defensa había correspondido siempre a los Aguilas. El hidalgo residía breve parte del año en el solar; la corte le atraía con imán poderoso.

Rico de nacimiento, y enriquecido aun más por su arte, no viajaba, como otros, en busca de fortuna. Viajaba porque estaba lleno de águilas, que le comían el cuerpo, y querían espacio ancho, y se ahogaban en la prisión de la ciudad.

Siguiendo los pífanos y atambores de los tercios y el flamear de las banderas con águilas de doble cabeza, el pobre hidalgo iba al encuentro de la gloria, pero también de la miseria.

Aquellas águilas, según el señor Páez, hacían juego con otras dos bordadas en la alfombra de su despacho.

Creyó a puño cerrado cuanto el pícaro la afirmó, y desde aquel instante quedó indefensa esclava suya, como el pájaro de la sierpe que le fascina y aterra. La hacienda, la vida: todo le parecía poco para comprar el silencio del infame y poner entre él y su hija un muro tal, que ni las águilas fueran capaces de volar tan alto. Y todo se fue haciendo como el bribón lo pedía.

Esto era de búho, lo otro de mochuelo, lo de más allá de cuervo, y hablaba con respeto de cierto nido de águilas que su padre había visto de joven en aquel sitio: feroces animales que pretendían picarle los ojos, y obligaban al buen campanero a pedir la escopeta al guardia nocturno cada vez que había de visitar las bóvedas.

La hermosura, por sola, atrae las voluntades de cuantos la miran y conocen, y como a señuelo gustoso se le abaten las águilas reales y los pájaros altaneros; pero si a la tal hermosura se le junta la necesidad y la estrecheza, también la embisten los cuervos, los milanos y las otras aves de rapiña; y la que está a tantos encuentros firme bien merece llamarse corona de su marido.

Las asas de la taza de Lucía eran dos pumas elásticos y fieros, en la opuesta colocación dedos enemigos que se acechan: descansaba sobre tres garras de puma, el león americano. Dos águilas eran las asas de la de Juan; y la de Pedro, la del buen mozo Pedro, dos monos capuchinos.

Aguilas, de gran mal anunciadoras, Partios, que ya el aguero vuestro entiendo, Ya el efecto, contadas son las horas. Con todo, el sacrificio hacer pretendo Desta inocente victima, guardada Para aplacar el dios del rostro horrendo.

Palabra del Dia

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