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Nada me aflige tanto como ver a un hombre ilustre y respetado en la república de las letras, arrastrarse a los pies de cualquier político estólido en demanda de un destino o una pensión: me parece que aún subsiste aquel doloroso estado del tiempo de Cervantes, en que los literatos eran los domésticos de los magnates; aún peor hoy, pues que tienen que adular a los que han sido sus compañeros, a quienes han aventajado siempre en el talento, y que por dedicarse a la política, maltrechos quizá en la literatura, ocupan altas posiciones y otorgan mercedes.

¡No, señora, que es a vino! exclamó Amparo. ¡A vino! clamó la impedida alzando los brazos tan escandalizada como si ella sólo catase el agua, porque en el pueblo los viejos, con sinceridad completa, se otorgan a propios el derecho de «echar un trago» que niegan a los mozos . ¡A vino! ¡ quiéreste perder, condenado!

. Véase pues cuán sin fundamento se apela á la experiencia para combatir la existencia de una causalidad corpórea, y cuánto mas acordes van con dicha experiencia los filósofos que otorgan á los mismos cuerpos una actividad verdadera. Es indudable que concentrando la atencion por medio de un acto libre de la voluntad, experimentamos una produccion de imágenes y de ideas.

Quevedo se enjugó las lágrimas con el envés de la mano, y luego escribió con mano firme al fin del testamento: «No pudiendo permanecer en Madrid, del que salgo esta noche, delego las facultades que en este testamento se me otorgan, en el ilustrísimo señor Fray Luis de Aliaga, inquisidor general, archimandrita del reino de Nápoles, del consejo de Estado, confesor de su majestad el rey nuestro señor, que conmigo firma aceptando.