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En sus alrededores sólo existe, afortunadamente, un solo buscador de pepitas, viejo geólogo que enseña con orgullo algunos granos brillantes contenidos dentro de una caja de cartón, donde posee todo el fruto de sus largos trabajos. Otro manantial, vecino al pequeño Eldorado, se presenta también pródigo en pepitas brillantes pero de bien distinta especie.

El agua, construyendo sin cesar, se cierra el paso, y, buscando continuamente un nuevo cauce, deja detrás grandes balsas, puentes no terminados y bosquejos de admirables columnatas. Montes enteros que el geólogo explora con admiración, han sido formados por los torrentes de agua caliente al salir de las profundidades.

El menor fragmento de roca tiene su génesis como el Universo, pero mientras se ayudan con la ciencia unos á otros, el astrólogo, el geólogo, el físico y el químico, aún se están preguntando con ansiedad si han comprendido bien lo que es esa piedra y el misterio de su origen.

En muchos sitios, en vertientes de montañas, se comprueba que existen interrupciones frecuentes en las hiladas de rocas. Acá y allá encuentra tal vez el geólogo en las cañadas algunos trozos de estos terrenos, pero las capas continuas no se reanudan hasta mucho más lejos, en la vertiente opuesta. ¿Qué ha sido de los fragmentos intermedios?

Escudados con las palabras del sabio alemán que dice, que los productos de los manantiales de Tiui son más bellos y más puros que los de los geysers de Islandia, bien podremos asegurar que son los más sorprendentes del mundo, con perdón sea dicho del geólogo americano Hayden y de los decantados geysers de La tierra de las maravillas.

El geólogo es quien cuenta al aldeano la historia de su propia montaña.

Hay tantos testigos diferentes de los seres que han vivido durante la incalculable serie de los siglos pasados, como fragmentos esparcidos existen. Sin ser minerálogo ni geólogo de profesión, el viajero que sabe mirar, ve perfectamente cuál es la maravillosa diversidad de las rocas que constituyen la masa montañosa.

En verdad que era digna de examen aquella nariz. Un geólogo hubiese encontrado en ella ejemplares de todos los terrenos volcánicos. ¡Ca, no señor, no es raro! El señor cura tuvo cuidado de decirme: Mira, mi sobrino viene muy delicadito, casi hético el pobrecito; de modo que no te será difícil conocerlo... Y efectivamente... No dijo más porque comprendió que no debía decirlo.

El geólogo y el minero que penetran por la fuerza con su pico y martillo en las entrañas de la roca, descubren venas de jaspe y otras piedras transparentes ó coloreadas; es el hilillo de agua termal, arrastrando arcilla en disolución, que lo ha depositado en la fisura por donde corría, y que luego ha cambiado de curso.

Las más encantadoras riberas de la Flora seductora son aquellas en que se aleja la vida marítima. Su riqueza consiste en fósiles: curiosos para el geólogo, instrúyenle por medio de los huesos de los muertos.