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Antonio Santaló era un muchacho cordobés que iba a verme al café y a quien solía encontrar, como una sombra, en la Puerta del Sol, muy de madrugada, a esa hora terrible de los que no tienen un puñadito roñoso de calderilla para ir a dormir a casa de Han de Islandia o a los sótanos de la Peña de Francia, los hoteles de cincuenta céntimos, donde se guarecen los buscones, los poetas pobres y los rateros.

Hasta en la fría Islandia, tierra de brumas y de hielos eternos, los adoradores de los soberanos celestes se volvían hacia las montañas de lo interior, creyendo ver en ellas la residencia de sus dioses.

A los dieciocho años se representó su primera tragedia en un teatro de amigos. Víctor Hugo no tenía más que quince años cuando escribió su tragedia Irtamene. Ganó tres premios seguidos en los juegos florales; a los veinte escribió Bug Jargal, y un año después su novela Han de Islandia, y sus primeras Odas y Baladas.

Llegué a Dunkerque y me embarqué en una goleta de ciento cincuenta toneladas, para ir a Islandia a la pesca del bacalao. Estuve una temporada en las islas de Loffoden y vine por casualidad a Burdeos a componer las velas, y aquí me quedé; puse una cordelería, me casé y mi comercio fué prosperando. De la suerte de los demás ya no supe nada.

Tal suerte cupo á un barco de gran porte; dividido por el medio, los dos pedazos fueron destrozados, aplanados. Afirman los esquimales contemporáneos nuestros, que sus padres pescaron la ballena. Menos míseros en aquel tiempo, no era tan frío su país: ingeniábanse mejor, y probablemente conocían el hierro. Tal vez lo recibirían de Noruega ó de Islandia.

¡Grave dificultad! Nadie se atrevía á pasar adelante. ¿Por qué la América, conocida ya, era tan difícil de descubrir? Porque se quería y se temía á la vez encontrarla. El sabio librero italiano, Colón, sabía bien lo que se hacía. Había estado en Islandia recogiendo las tradiciones; y, por otra parte, los vascos le comunicaban cuanto sabían de Terranova.

Había en su expresión un tonillo de lástima impertinente, que poco más o menos quería decir: «¡Si yo soy mucho para ti, tan pequeño!». «Falta saberlo. Te casarás por fuerza. Te obligaré. no me conoces. Soy un tirano, un monstruo, un Han de Islandia; beberé tu sangre... ¿Qué es eso de Han de Islandia? preguntó ella en su prurito de ilustrarse. Han de Islandia es berenjenas.

La travesía del Océano, cosa tan celebrada en el siglo XV, habíase llevado á cabo á menudo por el estrecho paso de Islandia á Groenlandia, y aun mar adentro, pues los vascos llegaban hasta Terranova. La travesía era lo de menos para gentes que iban á buscar al otro extremo del mundo ese supremo peligro: la lucha con la ballena.

Desfalleciente, perdido en el mar, entibia, no obstante, un poco la Noruega, y halla medio todavía de llevar á las costas de la Islandia las maderas de América, sin las cuales moriría esa pobre isla nevada bajo su volcán. Los dos hermanos, el Indico y el Americano, se asemejan en que, salidos de la Línea, del horno eléctrico del globo, arrastran prodigiosas potencias de creación, de agitación.

Alargó y estiró sus miembros cascados y volvió a hundir en las almohadas su rostro gastado y amarillento, salpicado de ásperos vellos blancos, cual un viejo granito por el musgo de Islandia. Pero la costumbre, esa ama imperiosa que, durante tantos años, fuera indispensable o no, lo había sacado de su cama antes del amanecer, no le permitió descansar ni aun entonces.