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Con esto se acabaron de desnudar, acostáronse, mataron la luz, y dormíme yo, que me parecía que estaba con mi padre y mis hermanos. Debían de ser las doce cuando el uno de ellos me despertó a puros gritos, diciendo: ¡Ay, que me matan! ¡Ladrones! Sonaban en su cama, entre estas voces, unos golpazos de látigo. Yo levanté la cabeza y dije: ¿Qué es eso?

Maxi le arrebató el papel de un manotazo. «Te has quedado así como... estupefacta». Déjame en paz replicó ella con un despego que a su marido le llegó al alma. ¡Qué modales, hija! Ya ni consideración. Fortunata parecía que tenía sellada la boca. Comieron sin chistar; él se puso luego a estudiar y ella a coser, sin que el fúnebre silencio se rompiera. Acostáronse, y lo mismo.

Fuéron y viniéron arriba y abaxo, haciendo quanto podian por averiguar si estaba ó no habitado este globo: baxáronse, acostáronse, tentáron por todas partes; pero eran tan desproporcionados sus ojos y manos con los mezquinos seres que andan arrastrando acá baxo, que no tuviéron la mas leve sensacion por donde pudiesen caer en sospecha de que exîstimos nosotros y nuestros hermanos los demas moradores de este globo.

«Alma mía le dijo su marido cuando acababan de comer , veo con gusto que no te falta apetito. ¿Quieres que nos vayamos ahora a un café?». No replicó ella secamente . Estoy rendidísima. ¿No ves que se me cierran los párpados? Lo que quiero es dormir. Bueno, mejor; yo también lo deseo. Acostáronse, y el tiempo que aún estuvo despierta empleolo Fortunata en hacer comparaciones.