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Sin duda respondió el ciego afirmativamente, porque cinco minutos después se les veía sentados, uno junto a otro, en el zócalo de la verja que rodea la estatua de Mendizábal.

Los seis lados de fábrica del heptágono, pues el sétimo lo ocupa el vacío que sirve de ingreso, estan decorados con preciosos arcos trebolados sostenidos en columnillas de mármol con capiteles dorados de esquisito trabajo; y estas columnillas descansan en una cornisa bajo cuyos módulos corre una faja de caractéres dorados esculpidos en el mismo mármol de las tablas que componen el zócalo ó subasamento.

Los muros tenían pintado al fresco un gran zócalo, que llegaba hasta la mitad; de allí arriba, enjalbegados como la casa de un menestral, pendían de ellos varios retratos al óleo de caballeros y damas del siglo XVIII. Estos retratos, que eran los de los antepasados de Isabel, llamaron poderosamente la atención de los convidados.

Su facultad de cambiar de color les permitía adquirir el de su duro zócalo, y disimulados de este modo, como tres tumores peñascosos, esperaban traidoramente el paso de sus víctimas, lo mismo que si estuviesen en pleno mar. Pronto los verá usted con toda su majestad continuó Freya, como si hablase de algo que le pertenecía . El guardián va á darles de comer... ¡Pobres!

Palomino, que alcanzó a verlo, lo describe con estas palabras: «En el medio de este cuadro esta el Señor Rey Felipe III armado, y con el bastón en la mano, señalando a una tropa de hombres, mujeres y niños que llorosos van conducidos por algunos soldados, y a lo lejos unos carros, y un pedazo de marina, con algunas embarcaciones para trasportarlos... A la mano derecha del rey esta España, representada en una majestuosa matrona, sentada al pie de un edificio; en la diestra mano tiene un escudo, y unos dardos, y en la siniestra unas espigas; armada a lo romano, y a sus pies una inscripción en el zócalo».

En la cervecería donde comían las más de las noches, falso salón medioeval, con vigas de artesonado hechas á máquina, paredes de yeso imitando el roble y vidrieras neogóticas, el dueño mostraba como gran curiosidad un jarro de figurillas grotescas entre los bocks de porcelana que adornaban las repisas del zócalo. Ferragut lo reconoció inmediatamente: era un jarro antiguo peruano.