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Cerca de anochecer llegué á la antiquísima ciudad de Palencia, cuya calle Mayor pudiera compararse en longitud ya que ni por asomo en hermosura á la calle de Rivoli de París. Toda es de columnas y pilastras, que forman soportales de forma irregular. Pasarán de mil estos informes pilares de piedra que sostienen viejísimas casas cargadas de escudos heráldicos.

También han sido reforzados sus arcos en estos últimos tiempos con tal arte y habilidad, que no falta ni una sola piedra del sitio que ocupaba hace trescientos años. Viejísimas hiedras, contemporáneas, sin duda, del primer convento, visten por completo las recias tapias que forman el compás ó atrio en que nosotros echamos pie á tierra, y desde donde contemplábamos la morada del César.

En otra jerarquía más elevada, los Vélez en su caseretón de alta y ennegrecida fachada, llena de escudos mohosos y de balconajes oxidados, empotrada y reventándose entre otras dos que, por lo humildes y despatarradas, parecían estar sosteniéndola por obra caritativa; el portal, enorme, obscuro, lóbrego y con el suelo de adobes; la escalera, ancha, de zancas trémulas y peldaños jibosos; luego el vestíbulo, tan grande y tan sombrío como el portal, con gran banco de madera con escudo de armas tallado en el espaldar, arrimado a la pared debajo de un tapiz descolorido ya y hecho jirones; después el estrado, como cuatro vestíbulos de grande, con su tillo de anchas, abarquilladas y viejísimas tablas de castaño; su techo de viguetería descubierta, de la misma madera y del propio color que el suelo; sus claros abiertos a la fachada, como tragaluces de mazmorra, por lo bajos y lo espesos; sus sillones de alto copete, penetrados de la polilla; sus cornucopias desazogadas; sus alfombras raídas; sus retratos de familia pintados en lienzo, y su Ecce-Homo en cobre, borrosos y mordidos por la sarna de los tiempos; sus damascos lacios y descoloridos; sus dos consolas con columnitas de basa y capitel de metal dorado, sosteniendo los sempiternos candelabros de malaquita y bronce; y en fin, su péndulo asmático, de carillón que ya no funcionaba; y el estrado y el vestíbulo y la escalera y cuanto podían distinguir los ojos del profano visitante, todo a media luz, y limpio y reluciente y silencioso, inmóvil, frío y con el vaho de las criptas, como si allí no hubiera hogar ni se viviera.

Dijo algunas generalidades que á él le parecían muy nuevas, pero que en realidad eran viejísimas, y concluyó un párrafo con dos ó tres sentencias plutarquianas, que á él le parecían encajar como de molde, pero que no produjeron sensación ninguna. El esperaba un aplauso: nadie aplaudió. Lázaro estaba acostumbrado á oír aplausos desde el principio: esto le daba estímulo.

El invento de la coraza vaporosa hecho por los hombres les ha servido para poder utilizar las armas antiguas; pero estas armas son viejísimas, y aunque las ha conservado mucho la limpieza de los museos, estallan y revientan frecuentemente, por no poder resistir su ancianidad las funciones ordinarias de la juventud.

Ahí, antiguo granito relata las viejísimas edades en que aún no había cubierto la escoria terrestre la fibra vegetal. La egnesia que se formó quizás en la época en que aún no habían nacido animales ni plantas, nos dice que, cuando el Océano la dejó en sus orillas, ya habían sido demolidas por las olas algunas montañas.