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Actualizado: 15 de mayo de 2025
De vez en cuando escuchaba el chillido de una gaviota o la agitación momentánea de los tamariscos bajo una ráfaga, murmullo semejante al de las fingidas muchedumbres teatrales ocultas tras los bastidores. En el techo de la habitación sonaba a intervalos el cric-cric monótono de una carcoma royendo las vigas con un trabajo incesante, inadvertido durante el día.
En nuestros buenos días de invierno meridional, me agrada estar solo junto a la alta chimenea, donde arden humeantes algunas matas de tamariscos. Con las rachas del mistral o de la tramontana, cruje la puerta, chillan las cañas, y todas esas sacudidas son un ligero eco de la gran conmoción de la naturaleza que me circunda.
Jaime comenzó a ascender por la peñascosa ladera, camino de la torre. Los tamariscos erguían su áspera y rumorosa vegetación de pinos enanos, que parecía nutrirse de la sal disuelta en el ambiente, hundiendo sus raíces en la roca.
Febrer iba a separarse de la puerta, cuando vio surgir entre los grupos de tamariscos de la pendiente un muchacho que, luego de mirar a un lado y a otro para convencerse de que no era observado, corrió hacia él. Era el Capellanet. Subió a saltos la escalera de la torre, y al verse ante Febrer rompió a reír, mostrando el marfil de su dentadura rodeada de rosa obscuro.
Se impacientó Jaime ante el aire misterioso y las palabras confusas del muchacho. ¡Para qué tapujos!... ¡Habla! El Capellanet expuso al fin sus sospechas. Ya podía el herrero hacer lo que quisiera contra don Jaime: podía esperarle emboscado en los tamariscos al pie de la torre y matarlo de un tiro.
Más lejos, en la misma orilla, vese una gran manada de bueyes, paciendo libremente como los caballos. De vez en cuando distingo por encima de unas matas de tamariscos la arista de sus dorsos encorvados, y sus cuernecitos que se yerguen en forma de media luna.
Allí debía permanecer, clavado a su torre como si fuese una cruz, sin esperar nada, sin desear nada, buscando en la anulación de su pensamiento una felicidad vegetativa semejante a la de las sabinas y tamariscos que crecían entre las peñas del promontorio, o a la de las almejas agarradas para siempre a las rocas sumergidas. Tras larga reflexión conformábase con su suerte. No pensaría, no desearía.
Palabra del Dia
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