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Actualizado: 25 de septiembre de 2025
Gestionaba un título del reino, y por sí o por no se lo daban, y para ganar tiempo, otro del Vaticano, negocio más hacedero. En resolución, que los Neira querían hombrearse con los Somavia. Al oír la duquesa al señor Chapaprieta, comentó: «El Papa no puede hacer nobles.» «Claro que no dijo Barquín ; el Papa sólo puede hacer santos.
Un zapatero de fuera, zapatero de lujo, viene a establecerse en esta misma calle. Es un protegido de la duquesa de Somavia. Conque.... Ojo al Cristo, que es de plomo. Para competir, tendréis que apretar. Díselo al franchute. Que suelte mosca. En esto que, con ágil y perfumado revoloteo de brisas primaverales, se hizo presente una dama. Llegar ella y escapar el prestamista, todo fué uno.
Se dirigió a casa de la duquesa de Somavia, que había vuelto el día anterior a Pilares, huyendo de la inclemencia, melancolía y tedio de la aldea. Llevaba la carta en la mano, sin protegerla de la lluvia. ¿Qué te sucede, Apolonio? preguntó la duquesa, alarmada ante aquel hombre como de piedra . ¿La catástrofe, la quiebra, el embargo? Me lo presumía. ¡Pluguiera a Dios! murmuró cavernoso Apolonio.
Este varón solemnísimo había sido en su mocedad pastor de vacas, al servicio del duque de Somavia. La duquesa continuaba tratándole como criado. Los Somavia, merced a sus influencias, le habían hecho obispo. Provenía de la Orden dominicana.
Apolonio se hubiera despeñado en la negra desesperación, a no estorbárselo, de una parte, la compañía habitual del señor Novillo, con que se distraía de los sombríos pensamientos y se le deparaba coyuntura de explayar la exuberancia del lastimado pecho, y de otra parte, más principalmente, el amor a la duquesa de Somavia, un amor cada día más exaltado, más puro, más imposible, más delicioso y novelesco. «Con estas dos vejigas decíase Apolonio me mantengo a flote sobre las borrascas de mi espíritu.»
Su tenaz y perseverante perseguidor, hombre un tanto machucho, como cuadraba con la dama, pasaba en Pilares por arbitro de las elegancias y ocupaba el lugar más distinguido en la política local. Era vicario del duque de Somavia, el cacique de la jurisdicción, que se pasaba la vida en Madrid. La vicaría o representación no se limitaba solamente a los asuntos de la política de campanario.
Sobre el piso del escaparate, forrado de peluche verde, se alineaban varios pares de zapatos y botas, realmente exquisitos, apoyados oblicuamente en sendos sustentáculos de níquel, y con inscripciones debajo que decían: «Zapatos de piel de Suecia; encargo de la excelentísima señora duquesa de Somavia.» «Bota de becerro; para el señor Novillo», y así otros varios encargos de personas distinguidas y elegantes.
Palabra del Dia
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