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Actualizado: 19 de junio de 2025
Le juro que no fué cosa fácil. ¡Maldita sea...! ¡Qué batalla...! Menos mal que acabamos ganándola por nuestra propia autoridad. Sin embargo, la querida marquesa se atribuyó todo el mérito de la victoria y se hizo nombrar presidenta. SITA. ¡Parece que usted no la quiere mucho...! LA GENERALA. La detesto, y ella me paga en la misma moneda.
Una les ofrece higiene y la otra les brinda operaciones. ¡Bonito tratamiento...! Los desgraciados que vienen del frente, convalecientes o moribundos, no quieren mas que una cosa: alegría. ¡Que una cabeza graciosa se incline sobre su dolor y que tengan el calmante supremo: el amor...! SITA. ¿El amor para los moribundos...?
LA GENERALA. Una vieja pava blasonada, amiga de la condesa de los Charmes, a la que han nombrado presidenta, mientras que la condesa, que ha prestado su palacio, y yo, que he obtenido el apoyo del Gobierno militar, no somos mas que vicepresidentas... ¡Y pensar que sin mí no hubiéramos tenido un solo herido...! SITA. ¿De veras...?
La cual salió a la calle correcta y severamente vestida en traje de ceremonia diurna. Almorzó en Lhardy, dió una vuelta por Los Salvajes, y a las tres de la tarde, poco más o menos, se dirigió a casa de su tía la marquesa de Alcudia, sita en la calle de San Mateo. Esta severísima señora era muy celosa de la religión como ya sabemos. Lo mismo de su alcurnia, por no decir más.
Entra una especie de jamelgo de coche fúnebre, un larguirucho esqueleto apocalíptico, de una delgadez inverosímil. Es la señora marquesa-presidenta. Mucha nobleza y condescendencia. Esta dama, sin edad y sin belleza, de ojillos negros y penetrantes, lanza sobre todos los humanos una mirada impregnada de desprecio y de compasión. Vera le presenta a Sita.
SITA. ¡En efecto...! Y debo tener un aire muy torpe, ¿verdad? LA ENFERMERA. Es la primera impresión que se experimenta. Luego se acostumbra una... Estas damas son muy agradables... LA ENFERMERA. ¡Bah...! ¡Cuando las conozca usted...! Se han puesto una cofia para chismorrear más a gusto. SITA. ¿Hay aquí chismes? LA ENFERMERA. ¡Desdichada...! ¡Está usted en Villachismosa...! SITA. ¡Es horrible...!
LA ENFERMERA. ¡Simple divergencia de métodos y de autoridades...! Tranquilícese... Como cada una de estas damas quiere afirmar su supremacía sobre la otra, los enfermos están mejor cuidados. SITA. Es usted muy indulgente. Adivino que seremos amigas. LA ENFERMERA. ¡No se haga ilusiones...! SITA. ¡Quia...! Mi corazón no me engaña nunca.
Pero este hecho tiene su historia característica. Trabajaba de peón en Mendoza en la hacienda de una señora, sita aquélla en el Plumerillo. Facundo se hacía notar hacía un año por su puntualidad en salir al trabajo y por la influencia y predominio que ejercía sobre los demás peones.
Un herido que se enamora de su enfermera adopta en seguida la resolución de sanar; es dócil, se presta a todas las operaciones, no recrimina y piensa, mientras se le cura: «¡Es por ella...!» Sea usted coqueta y dulce. ¡Sea elegante...! ¡Perfúmese...! ¡Es necesario...! ¡Esto forma parte de sus deberes...! SITA. ¡No es así, señora, como se me presentaban mis funciones de enfermera...!
Usted tiene una filosofía práctica y una visión clara de la vida. ¡Pero querría preguntarle algo más...! LA ENFERMERA. ¡Pregunte...! SITA. Hay una persona que me parece representar en este asunto el papel de víctima; se trata de la buena condesa de los Charmes... LA ENFERMERA. ¿Por qué...? SITA. Ella cedió su palacio, ella corre con los gastos de la empresa y, sin embargo, nadie le hace caso.
Palabra del Dia
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