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La punta de la nariz se le movía entonces, como ahora, y mostraba también sus dientes mellados y los colmillos saltones, al preguntarle su nombre y el de las personas que podían servirle de fiador. , Vargas, Vargas decía mascullando las palabras, empleado con ochenta nacionales... esto no basta. ¿No tiene usted un pariente o amigo de representación?...

El viajero que tenía enfrente era un hombre pálido, de cuarenta a cincuenta años, bigote negro y manos flacas y velludas; el que se sentaba más allá era un caballero rechoncho, de ojos grandes y saltones, con unas cortas patillas entrecanas que le bajaban poco de la oreja, fisonomía abierta y risueña, mientras el otro parecía, por la expresión recelosa y sombría de sus ojos, hombre de carácter oscuro y malhumorado.

¿Y vosotros sabéis algo? ¿eh? ¿sabéis algo? Los empleados le miraron también con fijeza. Luego miraron a Llera y también bajaron la cabera al fin sin despegar los labios. Salabert paseó varias veces sus ojos saltones por ellos con expresión teatral de cólera, y exclamó al fin dirigiéndose a los banqueros: ¿Lo ven ustedes claro? Nadie contesta.

Sólo a plazo vencido y letra protestada contestó don Raimundo levantando un dedo, lo que al muchacho se le antojó terrible signo de amenaza. Todavía el plazo no había vencido, faltaba un mes, pero la suerte le trataba tan mal que pensaba con terror ver llegar el 22 de junio, sin un centavo que ofrecer a aquella fiera de los colmillos saltones. ¿Le habría conocido?

Pero cuando contempló al pobre hombre vestido con los guiñapos del carbonero y vió la expresión de dignidad ofendida que tenían el rostro mofletudo y los ojillos saltones de maese Rampas, le fué imposible contener la risa.