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Actualizado: 23 de junio de 2025


En la estación les esperaba el sirviente de la familia de Fraga, Rufino Mejía, uno de esos tipos criollos, sanos de cuerpo y de alma, que tenía en la casa sueldo de gran sirviente y prerrogativas de patrón, bien merecido todo en quince años de leales servicios, durante los cuales no había podido convencerse de que Lorenzo los había vivido también.

Rufino entregó a Lorenzo algunas cosas diciéndole: Esto le manda la señora, niño, y esta carta y dirigiéndose a Melchor agregó: Estas cosas le mandan de su casa, don Melchor, y estas cartas que me dieron y a más... espérese, don Melchor, aquí le traigo... pero, ¿dónde lo he puesto? repetía buscando en los bolsillos interiores afanosamente, ¡ah!... aquí está... esto que le mandaba la niña Clota...

...¡Cretino!... ¡Imbécil!... repetía Melchor contemplando a las dos muchachas que se alejaban llevadas por el hermano, en el carro bajo y ancho del colono. ¡Rufino, deme un vaso de cerveza; de la que está en el balde! No bebas más, Melchor... Déjate de pavadas, Lorenzo; tengo sed. Toma limonada. ¡Pero qué afán de darme consejos!... ¡Caramba!... Deme la cerveza, Rufino.

«Suspendo aquí porque en este momento entra Clota con la señora que vienen a comer con nosotros. Recibe muchos abrazos muy fuertes de tu madre. »P. S. Rufino te manda muchos recuerdos

Adivinaba más que percibía los preparativos que la servidumbre estaba ejecutando en obsequio de aquella vil mujer que le había revelado toda la negrura y todo el dolor de la existencia: «Ahora bajan la lámpara del comedor... Ahora sacan la vajilla... Deben de estar haciendo la cama... Ha salido gente: será Rufino a buscar a la tienda alguna cosa... Parece que están hablando en el gabinete azul...»

Adiós, don Ricardo, adiós, don Melchor, adiós, niño y cuídese ¡eh! y a ver si vuelve sano y contento. ¡, Rufino, adiós!... ¡Que escriban! En aquella actitud quedaron los viajeros en observación del panorama, que se desarrollaba ante ellos a favor de la marcha acelerada del tren, que a instantes parecía avanzar a saltos felinos y sinuosos.

Aquella fiesta dejó en el espíritu de Lorenzo, de Ricardo y aun de Rufino, una penosa impresión que se trasmitieron mutuamente mientras Melchor, que la había engendrado, tomaba el baño que todas las tardes le preparaba Ramona. Yo no me debo meter, niño; pero, en mi sentir, don Melchor va mal decía Rufino, y diga que don Baldomero no le pierde pisada...

Pero la obra de Rufino Cuervo será un timbre de honor para su patria y para nuestra raza. Si he consignado algunos nombres, si me he detenido en algunas de las personalidades más notables en la actualidad, es porque, habiendo tenido la suerte de tratarlas, entran en mi cuadro de recuerdos.

Y cuando pinta a Rufino Cuervo, el sapientísimo autor de las Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, «trabajando con tranquilidad, sin interrumpirse sino para despachar un cajón de cerveza...», porque Cuervo no es ni más ni menos que cervecero. «Yo mismo he embotellado y tapado, me decía Rufino» agrega el señor Cané...

Nadie, con todo, se jactará, fundadamente, de ser más español que él por el espíritu y por su primera manifestación sensible, la palabra. Tal vez sea, en nuestra época, un colombiano, Rufino Cuervo, quien sabe teórica y gramaticalmente más lengua española.

Palabra del Dia

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