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Actualizado: 15 de septiembre de 2025


La barca que saliera daría la voltereta antes de mover un remo. A ver: ¡gente que me siga! Hay que salvar a esos pobres. Era la voz ruda e imperiosa del capitán Llovet. Se erguía sobre sus torpes piernas, la mirada brillante y fiera, las manos temblorosas por la cólera que le infundía el peligro.

Nietzsche acepta el dolor, el padecimiento, la conquista, la tiranía más ruda, si por tales medios se abre camino para el advenimiento del super-hombre.

El buen ingenio llevaba sobre las señales de la ruda actividad á que se había visto sentenciado desde su llegada á Madrid. Sus ojos estaban un tanto hundidos, su nariz parecía más afilada; la blanca golilla de su cuello estaba más de un tanto ajada, su traje descuidado y todo él descuadernado y lánguido que no había más que pedir.

Y aunque me sea costoso el decirlo, y aunque a Vd. le duela un poco, le confesaré que si alguna leve mancha ha venido a empañar el sereno y pulido espejo de mi alma en que Pepita se reflejaba, ha sido la ruda sospecha de usted, que casi me ha llevado por un instante a que yo mismo sospeche.

Pero en aquel instante salió de una de las ventanas de la casa y voló por el aire el sombrero, cayendo enmedio de la carretera, esto es, cerca de los clérigos. Al mismo tiempo una voz ruda dijo, acompañándolo de varias interjecciones: Toma la teja, ladrón. Si vuelves por aquí, te vas sin las orejas. El P. Norberto se apresuró a recogerla del suelo y echó a andar.

El reemplazante no era otro que el teniente coronel Don Joaquin Urreiztieta, que en seguida se inauguró haciendo una ruda persecucion á los principales sugetos de la isla.

Por esta y por otras muchas maldades que se descubrieron, se comprendió que don Raimundo era un monstruo abominable, por lo cual el rey pudo ejercer provechosamente su justicia mandándole ahorcar, como le ahorcaron con general regocijo de los ciudadanos de Oviedo, porque D. Raimundo era muy aborrecido y porque en aquella edad tan ruda la filantropía no era cosa mayor y no infundía repugnancia la pena de muerte.

»El doctor aparentaba perfecta tranquilidad; pero yo, que hace dos meses le veo constantemente ocupado en su obra salvadora, conocí en la contracción de sus labios y en su voz, alterada por la emoción, que en su alma se libraba una batalla muy ruda.

Entraba con él en los cafés y hasta le llevaba a los bailes. Manín llegó a ser en poco tiempo una institución. D. Pedro, que apenas se dignaba hablar con las personas más acaudaladas de Lancia, sostenía plática tirada con él y admitía que le contradijese en la forma ruda y grosera de que era capaz únicamente.

Doña Isabel estaba siempre con cada ojo como un farol, y no las perdía de vista un momento. A esta fatiga ruda del espionaje materno uníase el trabajo de exhibir y airear el muestrario, por ver si caía algún parroquiano o por otro nombre, marido.

Palabra del Dia

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