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Actualizado: 10 de junio de 2025
Don Modesto respondió Rosita , dice el refrán: cargos son cargos; y mientras esta descaradota esté al mío, tengo que dar cuenta de sus acciones a Dios y a los hombres. Pues bien, cada cual tiene bastante con responder de lo suyo, sin necesidad de cargar con pecados ajenos.
Viéndole cuchichear a menudo con Rosita y estar en la casa con más desenfado que los otros, don Braulio, pasándose de listo en esta ocasión, hizo un arreglo allá en su mente, y decidió que el Conde de Alhedín representaba en aquella casa el papel que en realidad representaba el poeta Arturo.
Rosita apilaba pliegos y resmas sin decir una palabra. Nicanora hizo a Jacinta, mirando a su marido, una seña que quería decir: «Hoy está bueno». Después empezó a pasar rápidamente la brocha sobre el papel, como se hace con los estarcidos. Y las suscriciones de entregas preguntó Guillermina , ¿dan algo que comer?
Fundadas tan poéticas relaciones en la estimación mutua, para Rosita era el Conde de Alhedín como un oráculo, sobre todo cuando se trataba de una ciencia que nos atreveremos a llamar Estética social; esto es, de calificar a las personas, y a las acciones y a las cosas, de elegantes, de distinguidas y de bellas.
¿Pero no está usted enamorado de ella? No sé, la verdad. ¡Qué cosa más rara! ¿Que tipo tiene? Es así... algo rubia... ¿Y tiene hermosos ojos? No tanto como usted dijo Martín. A Rosita Briones le centellearon los ojos y envolvió a Martín en una de sus miradas enigmáticas. Una tarde se presentó en Hernani el hermano de Rosita. Era un joven fino, atento, pero poco comunicativo.
Rosita era graciosa, pero desmedrada y clorótica, de color de marfil. Llamaba la atención su peinado en sortijillas, batido, engomado y puesto con muchísimo aquel. «¿Pero qué hace usted, mujer, con esa pintura?» preguntó Guillermina a Nicanora. Soy lutera.
Apoyó la cabeza sobre la almohada y continuó en voz baja y con palabras entrecortadas: Y quizá tú me dirás, madre mía: «Mi rosita, ¿le amas tú, pues?
Resumen; la ciencia ofrece la salud de Rosita con aires de aldea, allá junto al mar; vida alegre, buenos alimentos, carne y leche sobre todo... sin esto... no respondo de nada.
Pero todo aquello duraría poco; y Rosita no estaba tan mal como el médico decía. El de las monjas aseguraba que no, y que sacarla de allí, sola, separarla de sus queridas compañeras, de su vida regular, hubiera sido matarla». Después don Fermín consideró la cuestión desde el punto de vista religioso. «Había algo más que el cuerpo.
Lo que es en la tertulia de Rosita, todos eran bastante cultos y hasta refinados para no desdeñar la parte mística del amor, y ninguno era bastante metafísico para conceder a esta parte mística un carácter substantivo, como dicen ahora los filósofos.
Palabra del Dia
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