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Las reyertas frecuentes y el mucho ruido con que a menudo se disputaban allí las jerarquías eclesiásticas, exigían en ocasiones la intervención de Emilia, que más de una vez se prestó a ser monaguillo para apaciguar los ánimos y llevarlos a honrosas capitulaciones.

La flojedad, el abandono de Mariana crispaban sus nervios, daban lugar a agrias contestaciones y a reyertas frecuentes. Ella se defendía suavemente. Alegaba que sus padres no la habían criado para jornalera, porque tenían medios suficientes para hacerla vivir como señora. Con esto D. Julián se enfurecía aún más; gritaba que todo el mundo tiene el deber de trabajar, por lo menos de hacer algo.

Mas al fin, también fueron perdiendo mucho en su atractivo: la esposa del empleado se empeñaba en abusar de su poder y en exigir mayores sacrificios, al mismo tiempo que el amor se iba gastando en el pecho del evaporado joven. Esto produjo tirantez entre ellos, algunas reyertas y no pocas desazones.

Era rumboso y en el calor de la amistad improvisada en la taberna, abría créditos exorbitantes a los taberneros, sus consumidores. Esto originó reyertas trágicas; hubo sillas por el aire, cuchillos que acababan por clavarse en una mesa de pino, amenazas sordas y reconciliaciones expresivas por parte del artillero; secas, frías, nada sinceras por parte de su mujer.

Ella tenía genio, sabía comprar, sabía vender, pero ignoraba el arte de guardar, que es el arte de enriquecer. A la escasez se unían las continuas reyertas domésticas para abatir más el espíritu de la pobre viuda de Peralvillo y poner su estómago más dolorido. Un hecho importante ocurrió poco después de la ruina. No lo pasemos en silencio por lo mucho que a ambos favorece.

Los chistes jamás se hacían viejos para él. Las señoras apartaron prontamente su atención de los tresillistas así que comenzaron a disputar. Todas las noches había una porción de reyertas como ésta.

Me recomendó que no dejase de pasar después por la tienda a darles las gracias, pero encareciéndome mucho que no permaneciese allí más tiempo que el indispensable, porque a menudo había reyertas. Algo maravillado de aquellas singulares costumbres, así que me despedí de ella, apresureme a cumplir su encargo.

Copa, que desde su cubil parecía no fijarse en nada y era el primero en husmear las reyertas, así que vio el taburete por el aire, tiró del as de bastos oculto bajo el mostrador, y á porrada seca limpió en un santiamén la taberna de parroquianos, cerrando inmediatamente la puerta, según su sana costumbre.

Bajo los nombres de Santo Tomé y San Benito, parroquias que encabezaban los dos grandes distritos de la ciudad, perpetuáronse largo tiempo dichos bandos, recordando aún sus distintos colores y opuestas cuadrillas, en las justas Reales de la dinastía austriaca, los antiguos enconos y reyertas

Escudero, hombre exactísimo, metódico, ordenado, manifestó que en ese caso él daría a su hija otro tanto. Pero estas cantidades no bastaban para que el joven matrimonio viviese con arreglo a su rango. Se trabajó con empeño para que el suegro aumentase la renta; hubo en la casa reyertas, desmayos, lágrimas en abundancia.