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Comprendiendo rápidamente lo que intentaba decirle con tantos circunloquios y metáforas, quizás por otro resabio de mi mundana cortesía, comenzó por admirarse, a su modo, de que le fuera con semejante reparo un miembro de la familia de los Ruiz de Bejos. ¿Cómo podía ignorar yo, con determinados ejemplos a la vista, lo mucho que quedaba que hacer en los pueblos rurales a los hombres de luces y de buena voluntad?

Y por todas partes flores, arbustos tiernos; en las estaciones acacias gigantescas que extienden sus ramas sobre la vía; los hombres con zaragüelles y pañuelo liado a la cabeza, resabio morisco; las mujeres frescas y graciosas, vestidas de indiana y peinadas con rosquillas de pelo sobre las sienes. «¿Y cuál es preguntó Jacinta deseosa de instruirse el árbol de las chufas?».

Más cercano y claro era el parentesco de Casta con Moreno-Isla, el cual, a pesar de ser Moreno rico, mantenía cierta comunicación de familia con aquella Moreno pobre, visitándola alguna vez. Se tuteaban por resabio de la niñez; pero sus relaciones eran frías, lo absolutamente preciso para salvar el principio del linaje.

El culto de una belleza absoluta y única, irradiando más allá de las apariencias, y en cierto modo más allá de los dioses, infundió en los artistas de Atenas la clarovidencia sobrenatural. Hoy fermenta el resabio de las barbaries oscuras en una violación innoble y pedantesca de las leyes eternas, las leyes que hicieron coincidir las líneas expresivas con el alma, así en esa suave Psyché.

El navío daba fondo en el patio, los brutos eran desenganchados, el mayoral bajaba de lo alto de su trono, y los viajeros, que aún se mantenían con la cabeza inclinada, y muy agachados, resabio de cuando atravesaron el portal, notaban al fin que no tenían el techo en la corona, se admiraban de verse con vida, y descendían también.

Aquella vez a todo trance había pasado adelante Domingo y su cabalgadura galopaba fustigada con el látigo como si el jinete le castigara por algún resabio súbito o por haber tenido miedo. Durante el rato del paseo Domingo estuvo distraído y el mayor tiempo posible mantuvo su caballo al galope largo.

Esta era la hora de pedirle favores, seguro de alcanzarlos, y esta era la hora también en que Villamelón, arrastrado por un resabio de educación malísima que jamás pudieron quitarle ni su santa madre, ni su dulce esposa, hacía bolitas de miga de pan con la punta de los dedos y las disparaba a las narices de los comensales, con muestras del más cariñoso agasajo y el más tierno regocijo.