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Ese súbito renacimiento de vida, de belleza, de ternura, esa deliciosa aventura de encontrar á su mujer convertida en una joven querida llena de emoción, y tan dichosa de verse al lado de su compañero, ese milagro ¿es ficción acaso? No, sino el agradable espectáculo que se ve muy á menudo. Y si es raro entre los ricos, frecuentemente acontece á las familias laboriosas y esclavas de sus deberes.

Alude Lope al mito de Dafne, que la lectura de Ovidio, tan gustado en la Edad Media y en el Renacimiento, incorporó a la literatura moderna: la esquiva Dafne huye de Apolo, que, enamorado, la persigue; Dafne siente que el aliento de Apolo toca su cabello; pide a la tierra que la esconda en su seno o que destruya la belleza que causa su pérdida.

El estudio del «Edipo» en que Peredo hizo alarde de su saber en materia de arte dramático; el juicio de Altamirano con motivo de la representación del «Baltasar» de la Avellaneda, artículo brillante y galano que me pareció insuperable. «El Renacimiento» fué mi periódico favorito. ¡Qué amena y grata lectura me proporcionó esta revista!

Además, el mobiliario estilo Renacimiento italiano, la vajilla de porcelana antigua de Montelupo y Sayona y de magnífica plata vieja inglesa, constituían una fortuna, y seguirían siendo propiedad de Mabel, con gran satisfacción para , como que todo le había sido legado a ella. , ya respondió al oír mis argumentos.

La catedral de Granada, mandada construir por los Reyes Católicos, es del mas puro estilo del Renacimiento, combinando los tipos de sus diversos órdenes. Es un monumento grandioso, de proporciones muy majestuosas, pero pesado en su masa, sin audacia en las formas y de una regularidad que, interesando en el primer momento, acaba por ser monótona.

Por último, llaman la atencion dos preciosos salones que imitan la arquitectura interior del Renacimiento, regular, simétrica, demasiado imitativa, delicada y culta pero sin espontaneidad; llena de perfiles, de relieves mitológicos, pero exenta de atrevimiento, de verdadera inspiracion, de vida.

Unos y otros, amoldándose al medio social, cuando trabajan en España, donde las costumbres eran menos suntuosas y el espíritu religioso más austero, comienzan a imprimir al arte patrio sello propio: el Renacimiento pierde en sus manos toda profanidad, se despoja de sensualismo pagano, de sentido literario, y gana en severidad y vigor lo que pierde en gracia, poesía y elegancia: nuestro arte, como nuestra vida, adquiere un tinte de grandiosa tristeza: sobre ambos impera la melancolía que destilan los libros místicos.

Por lo que hace al Renacimiento puro, su arquitectura está representada por muy hermosos monumentos, tales como el gran Teatro, la Bolsa, el Palacio-real, el de Justicia, la Aduana, el Museo y el Hospital, que es uno de los mejores de Europa en su género. En punto a monumentos, el Puente del Garona y el gran Teatro son obras sobresalientes. El primero es asombroso por sus dimensiones y solidez.

Abandonada la industria, no es extraño que se abandonaran también los plantíos de morales y moreras, al punto que son ya muy escasos los árboles de esta clase que nos quedan, sin los cuales no es posible conseguir el renacimiento de la industria sericícola.

El destino, en medio del deleite y de la gloria de ellos, los lleva a trágica muerte, pero en esta misma muerte trágica hay poco de tétrico y de sombrío, sino que hay algo de triunfo. Allí se ve el más alto extremo de lo que el Sr. Menéndez y Pelayo en otro reciente escrito suyo, sobre la Propaladia de Torres Naharro, llama la triunfante alegría del renacimiento español.