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Actualizado: 4 de mayo de 2025


El secretario, don Paco, estaba al lado del alcalde, con su levita nueva, elegantísimo, y excitando la envidia de otros señores cuyas levitas o fraques eran viejos, fuera de moda, y algunos muy pelados, y ya que no con remiendos y rasgones, con picaduras de polilla, zurcidos chapuceros y tal cual lamparón o mancha de pringue o aceite, no menos conspicua que las que notó y censuró el Cid en el hábito del monje don Bermudo.

Cuando lució sobre una cómoda un cabo de vela metido en el cuello de una botella, Isidro pudo ver entre temblonas sombras un antro más pequeño que la cuadra, con el techo de paja y las paredes llenas de escarpias, de las que pendían los numerosos harapos del vestuario de los dos viejos: faldas de gastada seda, levitones llenos de remiendos, sombreros de copa con la seda erizada y contraídos como si fuesen fuelles.

Sus palabras son órdenes que jamás comenta, de aquí el sucedido de dar á un sastre un pantalón de modelo con un remiendo y hacer siete que se le habían encargado con siete remiendos iguales. A la capitana Ramona se la pidió chocolate con leche y en el fanatismo de la obediencia creyó de muy buena fe que lo más corto era sustituir los labios del chico por la boca de la chocolatera.

Doña Lupe tenía una falda de diario con muchos y grandes remiendos admirablemente puestos, delantal azul de cuadros, toquilla oscura envolviendo el arrogante busto, pañuelo negro en la cabeza, mitones colorados y borceguíes de fieltro gruesos y blandos, tan blandos que sus pasos eran como los de un gato. El gabinetito era una pieza muy limpia.

Se cubrían con mantas deshilachadas, llenas de remiendos, que esparcían un olor de miseria, o tiritaban, sin más abrigo que un chaquetón haraposo. Los que habían salido de Jerez para unirse a ellos, se distinguían por sus capas, por su aspecto de obreros de ciudad, más próximos en sus costumbres a los señores que a la gente del campo.

Risas, algazara, pataleos... Junto al niño cantor había otro ciego, viejo y curtido, la cara como un corcho, montera de pelo encasquetada y el cuerpo envuelto en capa parda con más remiendos que tela. Su risilla de suficiencia le denunciaba como autor de la celebrada estrofa. Era también maestro, padre quizás, del ciego chico y le estaba enseñando el oficio.

Pero su boca daba miedo de puro fea, y sus orejas, al modo de aventadores, antes parecían pegadas que nacidas. Vestía gallardamente una camisa de todos colores, por lo sucia, y pantalón hecho de remiendos, sostenido con un solo tirante.

Palabra del Dia

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