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A pesar de su fanática adoración, el muchacho experimentó cierto sobresalto al enterarse de que se le pedía una firma por valor de tres mil pesetas. No lo podía remediar. Estaba amasado con pasta de comerciante, y en cuestiones de dinero reaparecía en él lo que tenía del padre y del abuelo. Pero mamá, ¿tan mal estamos de fortuna? Doña Manuela estuvo elocuente.

De tarde en tarde una ganancia le inspiraba gran fe en el porvenir, y traía como consecuencia regalos y generosidades para Teri. Después de estos breves períodos de optimismo, reaparecía la silenciosa cólera al ver desmoronarse lentamente sus esperanzas.

La cuestión del regato reaparecía nueva y palpitante de interés entre el vecindario a cada Congreso que se constituía en Madrid, a cada municipio que se elegía en la villa, a cada gobernador que se cambiaba en la capital de la provincia. Y dicho queda con esto que la tal cuestión apenas se olvidaba un punto.

En sus siestas de ebrio saciado y feliz, reaparecía Freya, que no era Freya, sino doña Constanza, la emperatriz de Bizancio. La veía vestida de labradora, tal como figuraba en el cuadro de la iglesia de Valencia, y al mismo tiempo completamente desnuda, igual que la otra cuando danzaba en el salón.

Se familiarizó con su jerga, adquirió amistades vergonzosas, aprendió a beber y a jugar, pero no cayó nunca en el vicio del robo; en medio de la crápula, supo mantenerse honrado, porque él no era malo, sino haragán. Sus largas ausencias no preocupaban a nadie; eran eclipses parciales, en que desaparecía por encanto y reaparecía por milagro, más sucio, más andrajoso y más hambriento que antes.

Pero su ingenua confianza reaparecía con la aurora siguiente; y ya sin el recuerdo del desencanto pasado, murmurando: Es hoy cuando vendrá, volvía a ceñirse la corona y el velo y a sonreír en espera del prometido.

Será la próxima vez decía para consolarse al partir sin el hijo de su sobrino. Y pasados unos meses reaparecía, cada vez más grande, más feo, más curtido, con una sonrisa silenciosa que estallaba en palabras ante Ulises, lo mismo que una nube tempestuosa estalla en truenos. A la vuelta de un viaje al mar Negro, doña Cristina anunció á su hijo: Tu tío ha muerto.

Pero pasada una semana, al organizar la poetisa una nueva fiesta, reaparecía el desterrado, siempre humilde y melancólico, encogiéndose como si temiese ocupar demasiado espacio en los salones de su mujer. Yo no continuó una de las murmuradoras para qué da estas fiestas estando arruinada. Fíjese en la mesa que nos ofrecerá luego.

¡Juan...! ¡Cállate por Dios...! ¡Me matas...! Doña Manuela gritó horrorizada, cubriéndose el rostro con las manos. La sospecha que tanto la molestaba reaparecía en boca de su hermano. Y tan grande era su turbación, que hasta le pareció más ruidoso aquel estertor de agonía, como si el moribundo contestase afirmativamente con su fatigoso ronquido.

Pero luego, al verse junto á él, reaparecía la pequeña burguesa, celosa de su reputación, fiel á las enseñanzas de su madre.