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Actualizado: 11 de junio de 2025
Abandonada Beatriz por mí, murió a poco trágica y misteriosamente. No falté yo a ninguna promesa, porque nada había prometido. Fueron, no obstante, enormes mi pena y mi remordimiento. Y más aún, cuando, poco tiempo después, tuve un raro encuentro en Sevilla.
D. Acisclo, hasta para lo práctico, y de hoy, sin pensar en mañana, vale más mi sistema que el de V. ¿Qué se logra con dar empleos a trochi-moche? El distrito no se enriquece por eso. Los naturales de él que salen empleados se gastan fuera lo que cobran. Raro es el que vuelve al distrito a gastarse en él lo que ahorra o garbea. A menudo los tales ahorros no lucen ni parecen.
Pero aquella superficialidad era ficticia, una delicada apariencia con la cual revestían, por un raro pudor, la profundidad y la inquietud de sus almas.
El joven de Pleyel no se cansaba de oir la nueva lengua en que se expresaban los vendedores de los puestos ambulantes y los grupos de gentes del pueblo. ¿Pero has oído en tu vida cosa semejante? preguntaba á su compañero. Lo raro es que no se les haya ocurrido aprender el inglés y hablar como Dios manda, ahora que su tierra pertenece á la corona de Inglaterra.
Sí tal, replicó la hermosa Cunegunda, pero no siempre son mortales esos accidentes. ¿Y han sido muertos el padre y la madre de vm.? Por mi desgracia, sí, respondió llorando Cunegunda. ¿Y su hermano? Mi hermano también. ¿Pues porqué está vm. en Portugal? ¿cómo ha sabido que también yo lo estaba? ¿porqué raro acaso me ha hecho venir á esta casa?
Soy modesto y no me gustan los privilegios. Posees uno, sin embargo, y bastante raro; el de olvidar las injurias ... cuando te lo exige tu interés. ¡Humildad cristiana! Pues yo te he conocido menos paciente. Se calma uno cuando envejece. Y, sin embargo, te he jugado muy malas partidas. Eres la única que las recuerda; yo las he olvidado. ¿Y la tapia que he construído delante de tu jardín?
Estaba además adornado con figuras y diagramas extraños y al parecer cabalísticos, de acuerdo con el raro gusto de la época, que habían sido dibujados en el estuco cuando se acabó de poner, y se habían endurecido con el tiempo, sin duda para que sirvieran de admiración á las edades futuras.
Ciertas mañanas, llegaba muy contento a la hora de comer; sus hermanas le oían cantar paseando por las habitaciones, y ¡caso raro! él, tan despreocupado en materias de adorno, enfadóse dos veces porque le planchaban mal las camisas, y pidió seriamente a la mamá que le comprase una corbata, pues la que llevaba era un asco, de deshilachada y mugrienta. Amparito reíase en las narices de su hermano.
Entonces Isidora vio que la marquesa sacó unos lentes de oro, y aplicándolos a sus ojos, la miraba, la observaba detenidamente, callada, fría, como si examinara un objeto raro, pero no tan raro como para despertar admiración. Isidora creyó que la señora había estado mirándola siglo y medio, año más, año menos. Al fin, de aquella hermosa esfinge con lentes salió una palabra.
Esto no era obstáculo para que cada uno de lo desairados hiciese acerca del caprichoso y raro proceder de Antoñita, comentarios nada favorables para el último agraciado. ¿Era posible que Antoñita prefiriese a un hombre como aquél, indigno de ella, tan altiva, tan aristocrática y tan... burlona?
Palabra del Dia
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