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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Posible era sucumbir allí con gloria, pero si por dicha se vencía, Morsamor gozaba en imaginar la brillantez y la pompa de su entrada en Goa ya victorioso y llevando de presente a Don Duarte treinta o cuarenta caballos árabes y persas rápidos en la carrera, de pura sangre y de hermosísima estampa.

Los montañeses que formaban la partida le siguieron con la mirada. Sus largos cabellos rojos y rizados, sus enjutas y prolongadas piernas, sus anchos hombros, sus movimientos ligeros y rápidos, todo revelaba que, en caso de ocurrir un encuentro, cinco o seis kaiserlicks no saldrían bien parados de semejantes hombres. Al cabo de un cuarto de hora, rodearon el monte de abetos y desaparecieron.

No dijo una palabra, apenas derramó una lágrima, pero el mal que la roía interiormente, hizo rápidos progresos y, aun cuando hubiera salvado de la fiebre tifoidea que la acometió cuatro semanas más tarde, el pesar se la habría llevado seguramente.

Otras cimas más humildes, enseñan en las inmediaciones sus largas crestas como dientes de sierra gigantesca en rápidos declives: son asientos esquistosos que el cono central de granito ha formado al levantarse. Más lejos aparecen alturas calcáreas, cortadas verticalmente y se continúan por vastas mesetas ligeramente redondeadas.

Oigo pasos pesados y rápidos... Llevan en la mano aceros desnudos. Les siguen los barones del viejo conde, con las cejas fruncidas, gruñendo, llenos de una cólera sorda. Las antorchas proyectan una luz lúgubre sobre la escena. VALDEMAR. ¿Sois vos, condesa? ¿Dónde está el duque? ¿Dónde está Enrique? ELSA. No comprendo lo que me preguntáis. VALDEMAR. ¿Dónde está Enrique? Soy su amigo.

Palabra del Dia

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