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Actualizado: 20 de julio de 2025
Esta reflexión despertó en su espíritu el agradable recuerdo de la viuda y de la invitación que le hizo al despedirse. Precisamente entonces entraban en una especie de ancho barranco, al otro extremo del cual aparecía el cono puntiagudo de una torrecilla. ¿No es Rosalinda aquello? preguntó Delaberge. Sí, señor inspector general; este camino nos conduce a ella directamente.
Este enternecimiento la sirvió para recordar á sus hijos, que figuraban indudablemente en el ejército de invasión. Su cuñado deseaba el exterminio de todos los enemigos. ¡Que no quedase uno solo de aquellos bárbaros con casco puntiagudo que acababan de incendiar á Lovaina y otras poblaciones, fusilando á paisanos indefensos, mujeres, ancianos, niños!...
Los cipreses agitaban su puntiagudo gorro verde como queriendo espantar las blancas mariposas que zumbaban sobre los romeros y las ortigas; los pinos extendían arriba su quitasol, proyectando manchas de sombra sobre el camino ardiente, en el cual, la tierra endurecida por el sol, crujía bajo los pies.
Era un señor grueso que salía cargado con unos paquetes de un ultramarinos; yo lo he visto por la espalda; llevaba un sombrero puntiagudo y el cuello del gabán levantado. Este es Sarrió he dicho ; ese sombrero no lo tiene nadie más que Sarrió; y el llevar el cuello levantado significa que, como viene del mediodía, tiene frío.
Se me figura que tengo mucho más derecho á residir aquí, á causa de este progenitor barbudo, serio, vestido de negra capa y sombrero puntiagudo, que vino ha tanto tiempo con su Biblia y su espada, y holló esta tierra con su porte majestuoso, é hizo tanto papel como hombre de guerra y hombre de paz, tengo mucho más derecho, repito, merced á él, que el que podría reclamar por mí mismo, de quien nadie apenas oye el nombre ni vé el rostro.
Hay otros que cazan el mismo animal con un palo corto, y puntiagudo en ámbas estremidades, en medio del cual está amarrado el lazo: armados dé este modo salen al encuentro del caiman, que abre su horrenda boca para tragar el brazo del nadador, quien aprovechando de este movimiento introduce perpendicularmente su palo, quedando este clavado en las quijadas que cierra vorazmente el animal.
Estáis en mi casa, y os invito. Si me decís que no, soy capaz de llorar. Entraron en un café, y durante media hora los robustos soldados del sombrero puntiagudo bebieron, riendo á carcajadas de las palabras y los gestos de la alegre vieja.
Palabra del Dia
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