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La innovación es al fin admitida por todos; pero los jóvenes la acogen desde el primer momento con entusiasmo, y los viejos cuando la fuerza del uso general les pone en el trance de admitirla, es decir, cuando ya está sancionada por dos o tres generaciones.

A los treinta y uno publicó su primer tomo del Cancionero de Escocia, y no imprimió su novela Waverley hasta los cuarenta y tres, aunque la tenía escrita nueve años antes. La última página

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Las fuerzas ciegas del mal iban á correr libres por el mundo. Empezaba el suplicio de la humanidad bajo la cabalgada salvaje de sus cuatro enemigos. Las envidias de don Marcelo El primer movimiento del viejo Desnoyers fué de asombro al convencerse de que la guerra resultaba inevitable.

Te digo toda la verdad: ¡si supieses lo que me costaba rehuirte!... Por las mañanas, al levantarme en el cuarto del hotel, mi primer movimiento era mirar á través de las cortinas para convencerme de que me esperabas en la calle. «Allí está mi flirt; allí está mi novioTal vez habías dormido mal pensando en .

Su actividad fue solicitada alternativamente por la política, la diplomacia y la vida universitaria; pero siempre se mantuvo fiel cultor de las buenas letras, con aticismo exquisito. Nadie pudo ser más representativo para ocupar el primer decanato de nuestra Facultad de Filosofía y Letras, a cuya existencia quedó para siempre vinculado su nombre.

Su primer movimiento fué de retroceso; pero el guía continuó impasible su camino, y acabaron por seguirle. Ferragut sonrió. Sabía adónde iban. La callejuela de los Lupanares estaba próxima. El guardián abriría una puerta, quedándose luego en acecho, con dramática ansiedad, como si expusiera su empleo por esta complacencia á cambio de una propina.

A más de los anteriores trabajos, son dignas de citar, y muy en primer término, las obras femeniles.

La persona del conde de Sorege le fué antipática desde el primer momento. Aquel personaje circunspecto y glacial que no decía nunca sino la tercera parte de lo que pensaba y no miraba jamás á los ojos de las personas, le desagradaba extraordinariamente. Era el antípoda de su modo de ser.

En el camino mi capitán me explicó en vascuence que la visita la hacíamos principalmente a la señora de Cepeda, una vascongada, paisana nuestra, casada primero con Fermín Menchaca y después con don Matías Cepeda, un almacenista, socio del primer marido. Desembarcamos en el muelle, pasamos la puerta del Mar y seguimos por una calle próxima a la muralla.