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Velázquez se lo prometió, y ella, cada vez más inflada y poseída de su papel maravilloso, le dijo: Antes de pasar adelante, es menester que consultemos las cartas. Según lo que te anuncien, así tendré yo que aconsejarte lo que debes hacer. Te confías en , ¿verdá ?... Para que las cartas digan la verdad hay que creer en ellas y obedecer cuanto yo te mande. ¿Lo prometes?

Baltasar y Borrén, de americana y hongo, se colocaron entre la apiñada muchedumbre y quizá le murmuraron al oído cien mil dislates; pero no estaba el alcacer para gaitas, es decir, no estaba Amparo de humor de requiebros, hallándose exclusivamente poseída del fervor político. Sentíase sobreexcitada, febril, en días tan memorables.

A la luz de los faroles de la calle, que rielaba en el mojado pavimento, Amparo vio alejarse a la pareja y quedose poseída de una especie de tristeza interior que rara vez domina a los temperamentos sanguíneos, alegres de suyo.

¡Qué diluvio! exclamó la abuela. ¡Cómo las solteronas tienen la pluma tan intemperante!... Ya no me extraña que Magdalena... ¡Abuela! imploré. La pintura prosiguió la Roubinet poseída de su asunto cuenta también solteronas de talento.

Don Benito procuraba, sin embargo, inútilmente, abrir temas de conversación, pero todo era en vano, la tentativa no prendía. Mi tía Medea volvía a sus imprecaciones, lanzaba un reto furibundo a sus rivales, las apostrofaba en mil formas y levantando el puño cerrado, les juraba venganza como una pitonisa poseída por la cólera divina. Terminábamos la comida e iban a servir el café.

Sólo la interesada reflexionaba sobre su propia situación, y a pesar de la atracción de que se sentía poseída, procuraba dominarse, ver claro y leer en el corazón de aquel hombre.

Vio con el mismo aspecto exterior cosas y personas al salir de su abstracción; pero una vida interna, ruidosa y móvil parecía haber nacido en las cosas hasta entonces inanimadas, mientras la vida ordinaria callaba y se encogía en las personas, como poseída de súbita timidez.

Florela, que por haber hallado con otra mujer joven y bella a Cervantes, no sabía qué hacerse, poseída de un miedo súbito, echose fuera de la puerta del bodegón al ver que Cervantes se levantaba y para ella se iba, y diose a correr, y doblando una próxima esquina, metiose por la callejuela a que daban las tapias del jardín de la casa de su señora, y llegó al postigo por donde había salido, y del cual tenía llave, y entró, y no se creyó segura hasta que tornó a cerrar, poniendo aquel reparo entre ella y Cervantes, que la había perseguido.