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Actualizado: 7 de junio de 2025
Pinilla había recibido previamente 600 ducados de oro ; hizo en París los preparativos para escapar después del golpe; pero fué detenido con uno de los cómplices, logrando el fraile ponerse en salvo. En casa de Pinilla se encontraron dos pistoletes cargados con dos balas cada uno: todo lo confesó en el tormento, de modo que, meses después, fué ejecutado en la plaza de la Greve .
Llegaron también de los postreros dos bravos y bizarros mozos, de bigotes largos, sombreros de grande falda, cuellos a la valona, medias de color, ligas de gran balumba, espadas de más de marca, sendos pistoletes cada uno en lugar de dagas, y sus broqueles pendientes de la pretina; los cuales, así como entraron, pusieron los ojos de través en Rincón y Cortado, a modo de que los extrañaban y no conocían.
El inquisidor general, arrancó la daga al joven, y le quitó la espada. Mirad, fray Luis, mirad si tiene pistoletes á la cintura dijo Quevedo. El padre Aliaga, en silencio como hasta allí, registró la cintura de don Juan y le quitó dos pistoletes. ¡Ah, ya era tiempo! ¡ya no podía resistir más! dijo Quevedo soltando al joven.
Pero de improviso un ruido de espadas oyose, tiros de pistoletes retumbaron, y acordose Cervantes del intento de don Baltasar de Peralta que conocía, de asaltar aquella noche con gente armada la casa de doña Guiomar para robarla a ella; y desesperado, como que convencido estaba de que doña Guiomar había muerto, en su desesperación, en su furor, en su desgano de la vida, con el ansia de exterminio en que aquella su desgracia le había puesto, del triste cuerpo de doña Guiomar sacó su espada, y lanzose fuera del aposento, a tiempo que por el oscuro corredor se echaban encima las cuchilladas; que los criados, que a las voces con que Cervantes había pedido socorro despertaron, habíanse encontrado con don Baltasar y con los que con él venían, que por la tapia del huerto del rapista habían entrado; y como aquellos criados hubiesen acudido armados, porque al despertar a las voces de Cervantes habían pensado, como era natural lo pensasen, en un grande peligro, y cada cual, antes de salir a ver lo que aquello fuese, había cogido el arma que había tenido a mano, como eran muchos los criados de doña Guiomar y muy bravos, especialmente aquellos cuatro lacayos vigotudos, que, como se dijo, la resguardaban cuando con el alba iba a la catedral a misa, trabose la más mortífera pelea que puede imaginarse, y por el corredor adelante venían hundiéndole a tajos y a tiros, que no parecía sino que la casa iba a venirse abajo.
Palabra del Dia
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