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Actualizado: 11 de julio de 2025
El buen Pinzón, arreglador de las famosas carabelas, se santiguaría con un asombro de marino devoto si resucitase en este buque y viese sus brujerías. Y él y los grandes navegantes de su tiempo, que avanzaron con los ojos en la brújula, podían reírse a su vez de los nautas fenicios, griegos y cartagineses, que no osaban perder de vista las montañas.
Hay que tener en cuenta que el Almirante estaba entonces a unas catorce leguas de la isla, y ésta es completamente baja, sin una colina. Imposible verla a una hora en que la Pinta, que iba navegando muy por delante, no había alcanzado todavía a distinguir tierra. La luz fue indudablemente la de la bitácora de la carabela de Pinzón, que avanzaba entre la nao del Almirante y la isla todavía lejana.
Entre la gente de mar era muy frecuente la desfiguración de nombres por apodos y por el lugar de nacimiento. Además, Juan Rodríguez Bermejo no fue marinero de la nao Santa María, que montaba el Almirante, sino de la carabela Pinta, mandada por Pinzón, que iba siempre a la cabeza de la escuadrilla por ser la más velera.
Martin Alonso Pinzón, capitán, de Palos. Francisco Martin Pinzón, maestre, de Palos. Cristóbal García Xalmiento, piloto. Juan de Umbria, piloto. Juan de Jerez, marino, de Palos. Bartolomé García, contramaestre, de Palos. Juan Pérez Vizcaino, calafate, de Palos. García Hernández, despensero, de Palos. Juan Rodríquez Bermejo, de Molinos . Juan de Sevilla. García Alonso, de Palos.
En la capitulación firmada para el viaje de Vicente Yáñez Pinzón en 1508 se determinaba que los capitanes tendrían francas sus cámaras; á los pilotos y maestres se les permitiría un arca que no había de tener más de cinco palmos en largo y tres en alto; á los marineros un arca entre dos; á los grumetes una entre tres y á los pajes entre cuatro.
El resultado de todo esto continuó fue una gran injusticia. Los reyes habían prometido un premio de diez mil maravedíes al primero que descubriese tierra, y Colón, que no perdonaba provecho, se atribuyó dicha suma, fundándose en lo de «la candelica». Pinzón, que podía atestiguar la verdad, acababa de morir; y el pobre Rodríguez Bermejo, al verse injustamente despojado por el grande hombre, sin que nadie atendiese sus quejas, sintió tal desesperación que se pasó al África y renegó de la fe cristiana, haciéndose moro.
Nautas obscuros, huyendo de los rumbos del Almirante, ponían decididos la proa al Sur, sin miedo a las pavorosas noticias que circulaban sobre el fuego del Ecuador. Un Pinzón llegaba a las costas del Brasil mucho antes de que esta tierra fuese descubierta casualmente por una expedición portuguesa que navegaba hacia las Indias asiáticas.
Y Pinzón juega en todo esto el papel de un traidor cauteloso, que fomenta los miedos ridículos de una marinería acostumbrada a navegaciones más azarosas... En el relato de su viaje, el Almirante, que era de carácter receloso y muy dado a ver traiciones y asechanzas en todas partes, no dice una palabra de intentos de revuelta, y varias veces, durante la navegación, aproxima su nave a la de Martín Alonso, le llama, entablan amistosa plática desde el puente, y se envían con una cuerda la famosa carta de Toscanelli para esclarecer sus dudas.
El canto de un pinzón se prolongaba infinitamente en las alamedas desiertas y mudas, sin obstáculos a la vibración, embebidas de aire húmedo y penetradas de silencio.
Palabra del Dia
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