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El muelle es un espolón de piedra que arranca de la calle mencionada hacia su promedio y avanza poco más de cien varas por el mar. Bajase a él por una rampa suave donde hay media docena de tabernas por lo menos y dos cafetuchos, el de la Marina y el Imperial. Unas y otros hierven de gente a todas horas, pero muy especialmente a la del crepúsculo, cuando llegan del mar las lanchas pescadoras y termina sus faenas la tripulación de los pataches y quechemarines anclados.

En el jardín de la calle de Vargas se acaba de construir un Circo ecuestre; pero los bailes se han trasladado al espacioso salón del Casino el Sardinero. Nos despedimos de él diez y seis años ha, y ya era viejo entonces. Iba Muelle arriba, descollando su gigantesca arboladura sobre un enjambre de pescadoras y granujas que le rodeaban.

La de Raynal, repantigada en una mecedora, sonreía benévolamente a toda aquella familia menuda y se interesaba por las diminutas pescadoras que iban, rojas de placer, a hacerle admirar su cosecha de «frutti di mare», y por los precoces ingenieros que plantaban gravemente una bandera en los minúsculos fuertes que habían construido con la arena.

A lo que uno me respondió: "Esas mujeres pescadoras que dices las vendió nuestro capitán, que ya es muerto, a Arnaldo, príncipe de Dinamarca."

Estos pataches de cabotaje, como algunas barcas pescadoras, tienen tan malas condiciones marineras, que les es necesario inclinar los palos hacia donde viene el viento, por poco que sea éste fuerte. Marchan a fuerza de habilidad; cualquiera racha huracanada los puede tumbar.

Es de Ostende tambien que parten todos los años las numerosas flotas de barcas pescadoras, á buscar en el mar de Noruega y todo el mar del Norte su abundante provision de harenques y bacalao, que tienen tan extenso consumo en Europa, en competencia con el producto de la pesca holandesa. Bien sabido es tambien que Ostende especula con la cria permanente de sus renombradas ostras.

Cuando el viento riza las aguas, toman el aspecto y el brillo de la mica, y se ve el mar surcado por líneas blancas que indican las diversas profundidades. Lejos, detrás del Izarra, las lanchas pescadoras, negras, parecen inmóviles; algún barco de vela se presenta en el horizonte, y pasa una gaviota despacio, casi sin mover las alas.

Ya era un gallardo bergantín, alzando sus dos palos y su cuadrado velamen; ya una graciosa goleta, con su cangreja desplegada, rozando las olas como una gaviota; ya un paquete, con sus alas de espuma en los talones y su corona de humo en la frente; ya un fino laúd; ya un elegante esquife; sin nombrar las lanchas pescadoras, los pesados lanchones, los galeones panzudos, los botes que volaban al golpe acompasado de los remos.... Si Chinto no fuese un animal, podría alegar en su abono que el Océano y el voltear de una rueda son imágenes apropiadas de lo infinito; pero Chinto no entendía de metafísicas.

El pequeño puerto, casi inaccesible antes á las lanchas pescadoras, se había reformado, penetrando ya en él buques de muchas toneladas y sobre el muelle en que únicamente se pesaba el pescado fresco en modesta romana, crujían las grúas y se revolvían con dificultad carros, básculas y trabajadores.

»No quiero citar más ejemplos de esta clase, por lo mismo que abundan en mi memoria y también en la de usted; y le advierto que de las mencionadas tres lanchas pescadoras que había en este puerto cuando la zambullida y subsiguiente zurribanda al catalán, no queda ya más que una.