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Actualizado: 5 de junio de 2025


Y del lado contrario se objetaba que no era creíble que esas mismas personas, cuya actividad estaba por entero dirigida a obtener un fin condenado por los más, pero grande y casi sagrado por eso mismo, se perdieran en una aventura vulgar, cometiendo un inútil delito. ¿Cómo era posible que dos personas que habían renegado de la patria, de la familia, de la amistad, de todos los sentimientos que vinculan entre si a los hombres, y eso con el solo objeto de trabajar más libremente en la destrucción del mundo, hubieran traicionado su causa por obedecer a una pasión mezquina?

Los que fueron iniciados no acababan de salir de su asombro, sacaban caras largas, palidecían y poco faltó para que muchos perdieran la razon al descubrirse ciertas cosas que habían pasado desapercibidas. ¡De buena nos hemos librado! ¿Quién iba á decir...?

Dicho se está, por tanto, que salió á relucir el funestísimo día 21 de Agosto de 1520, en que Medina del Campo fué quemada por el alcalde Ronquillo y por el capitán Fonseca, á consecuencia de haberse resistido sus moradores á entregarles la artillería para combatir á Segovia, alzada en favor de los Comuneros, y que recordamos también aquella hermosa carta, escrita con tal motivo por los Segovianos á los Medinenses, en que se leen estas sublimes frases dignas de la antigua Musa de la Historia: «Nuestro Señor nos sea testigo, que si quemaron desa villa las casas, á nosotros abrasaron las entrañas, y que quisiéramos más perder las vidas que no se perdieran tantas haciendas.

Pudiéransele dar 2.000 y quedar el fuerte con más gente de la que había menester, y cuando bien éstos se perdieran, viniérales á faltar á los enemigos gente y tiempo para poder sitiar la fuerza: como no se sintiera en ella la falta de agua que hubo, no eran parte seis tantos turcos á tomarla.

El altercado duraba desde hacía largo rato, sin que la señora de Bruinsteen ni Mathys perdieran terreno, ni parecieran rendirse. La voz del intendente había llegado poco a poco al diapasón más elevado, y sin duda la obstinación de la condesa lo llenaba de furor, porque llegó a gritar tan fuerte que la viuda creyó distinguir algunas de sus amenazas.

En esto, desarrollaba los papeles que traía en la mano, y volvía a arrollarlos en sentido inverso para que perdieran el vicio: eran unos cuantos pliegos en folio, metidos bajo una carpeta bien rotulada. En seguida puso el cuadernillo en manos de su señora. ¿Está aquí todo lo que yo he pedido? preguntó la marquesa volviendo la primera hoja.

Veré pasar en juvenil cortejo tantos dichosos que envidiar debiera, y hallaré en su alegría algun reflejo del tiempo en que tambien dichoso era... ¿Envidiarlos?... ¿Por qué? ¡Yo me divierto ahogando en sus murmullos mi agonía... ¡Si aunque ellos la perdieran, de cierto que para su dicha no sería! ¡Se van! ¡Qué triste me quedo!

Con lo que se despidieron los precitados individuos, suplicando que no se perdieran momentos, pues de lo contrario podrian resultar desgracias demasiado sensibles y de nota para el pueblo de Buenos Aires.

Y otra hermosura de la Ilíada es el modo de decir las cosas, sin esas palabras fanfarronas que los poetas usan porque les suenan bien; sino con palabras muy pocas y fuertes, como cuando Júpiter consintió en que los griegos perdieran algunas batallas, hasta que se arrepintiesen de la ofensa que le habían hecho a Aquiles, y «cuando dijo que , tembló el Olimpo». No busca Homero las comparaciones en las cosas que no se ven, sino en las que se ven: de modo que lo que él cuenta no se olvida, porque es como si se lo hubiera tenido delante de los ojos.

Tenía por seguro que ningún hombre prudente se obstinaría en poner en aventura las fuerzas del Rey, y, por consiguiente, protestando de cualquiera otra opinión decidía valer más una buena escapada que un combate en que evidentemente se perdieran . Determinó en consecuencia que las naves se pusieran en franquía desde luego y se preparasen para hacerlo las galeras.

Palabra del Dia

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