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Actualizado: 3 de julio de 2025
De juventud del alma, o, lo que es lo mismo, de un vivo sueño de gracia, de candor, se compone el aroma divino que flota sobre las lentas jornadas del Maestro al través de los campos de Galilea; sobre sus prédicas, que se desenvuelven ajenas a toda penitente gravedad; junto a un lago celeste; en los valles abrumados de frutos; escuchadas por «las aves del cielo» y «los lirios de los campos» con que se adornan las parábolas; propagando la alegría del «reino de Dios» sobre una dulce sonrisa de la Naturaleza.
Don Jacinto se alucinó de tal suerte, que ni por un instante pensó que en esto pecaba; pero un día habló de ello al padre Atanasio, su confesor, y habló, no como revelándole una culpa suya, sino para ponderar la virtud penitente de la Caramba y para tratar de que el padre Atanasio la conociese y admirase.
El P. Jacinto, con el codo sobre la mesa, la mano en la mejilla y los ojos clavados en D. Fadrique, aguardaba que hablase. Don Fadrique, en voz baja, habló de este modo: Aunque yo no soy un penitente que vengo á confesarme, exijo el mismo sigilo que si estuviese en el confesonario. El padre, sin responder de palabra, hizo con la cabeza un signo de afirmación.
Pero yo iba diariamente a la iglesia, y platicaba en espíritu con la penitente, considerándola regenerada, como lo estaba yo. Murió la infeliz, a los cuarenta y cinco años de su edad. Gestioné el permiso de sepultura en el interior del edificio, y desde entonces protegí más la Congregación, la hice enteramente mía, porque en ella reposaban los restos de la que amé.
Don Máximo se fue a descansar un rato, prometiendo venir pronto. El confesor no quiso dejar la casa porque no encontraba nada bien a su penitente, y se tumbó en un sofá. Ricardo también continuaba allí. A las dos acaeció lo que don Máximo temía. Repitiose el ataque, y por desgracia con tal violencia que faltó poco para que la infeliz señora se quedase en él.
Con esto cogía mucha limosna y entrábase en las casas que veía abiertas: si no había testigos ni estorbo, robaba cuando había; si le topaban, tocaba la campanilla y decía con una voz que él fingía muy penitente: «Acordaos, hermanos...», etcétera.
Doña Lupe no estaba, porque en aquellos días iba infaliblemente a las subastas del Monte de Piedad. Maximiliano permanecía largas horas en su despacho o en la alcoba, sin salir ni siquiera a los pasillos, sumergido en una meditación que más bien parecía somnolencia, por lo común echado en el sofá, la vista fija en un punto del techo, al modo de penitente visionario.
Estando de traje de penitente, se le leyó su sentencia con méritos; abjuró de levi; advertido, reprendido y conminado, fue condenado en doscientas libras, en tres años de destierro en una Villa y en confinación en la Isla, pena de diez años de Galeras. No es fácil contarle a la antigüedad las canas, y menos cuando apenas se las ha peinado, o registrado la curiosidad de la Historia.
En lugar de huir, como se lo había prevenido su madre, entró muy erguido de cresta y cola; pero uno de los galopines le echó el guante y le torció el pescuezo en un abrir y cerrar de ojos. «Vamos dijo , venga agua para desplumar a este penitente.» «¡Agua, mi querida doña Cristalina! dijo el pollito , hazme el favor de no escaldarme. ¡Ten piedad de mí!»
¡Cállate, bobo! gritó al fin desesperado el joven que quería salir del apuro trasformándolo en querella. ¡A ver, Juanito, si me resuelves la cuestion! preguntó entonces el catedrático á Pelaez. Pelaez, que era uno de sus favoritos, se levantó lentamente no sin dar antes un codazo á Plácido Penitente, que era el que le seguía por orden de lista. El codazo quería decir: ¡Atencion y apúntame!
Palabra del Dia
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