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Ninguno con más primor ejecutaba las mudanzas y saltaba delante de su pareja: en esta ocasión no le valieron sus ágiles piernas: aunque corría como un gamo por el monte abajo, Ramiro le alcanzó repetidas veces con su palo.

Entre los brazos de Emma, Bonis oía de cuando en cuando gritos que le estallaban dentro del cráneo. «¡Bonifacio! ¡Reyes! ¡Bonifaciole decían aquellos tremendos estallidos, y reconocía la voz del barítono, y la del bajo, y la del que cantaba en Lucrezia: Vivva il Madera! Vino el día y se durmió la triste pareja.

Le aseguro a usted que se me abren las carnes, así que habla de irse. Por fortuna que cada vez se lo quitamos de la cabeza. Pues y la niña, ¡qué suerte haría! Que ha de saber usted que gana don Federico muy buenos cuartos. Cuando asistió y sacó en bien al hijo del alcalde don Perfecto, le dio este cien reales como cien estrellas. ¡Qué linda pareja harían, mi comandante!

Donde más tiempo permaneció la honrada pareja fue en una capital del Norte, en la cual don José trabó amistad estrechísima con el jefe de una oficina de Hacienda, a quien con su bondad y mucha práctica oficinesca sacó de un grave apuro.

Mas en los grupos se nota cierto movimiento, cierta espectacion, é Isagani se interrumpe y palidece. Un coche se ha detenido junto á la puerta: la pareja de caballos blancos es bien conocida. Es el coche de la Paulita Gomez y ella ha saltado ya en tierra, ligera como un ave, sin dar tiempo á que los pícaros le vieran el pié.

Cada oveja con su pareja, y nadie tienda más la pierna de cuanto fuere larga la sábana; y déjenme pasar, que se me hace tarde.

Iba el Capitán a responder, cuando dos bultos se levantaron bruscamente a pocos pasos de aquellas plantas y emprendieron rápida carrera hacia la llanura; pero a saltos, como si fueran ranas gigantescas. ¡Una pareja de kanguros! exclamó Cornelio.

La tuvieron. Sin duda alguna, la merecían; pero, como hacía observar Roussel á la joven pareja con sonriente filosofía, nadie es tratado en la vida según sus méritos. Una nueva Clementina, aquella á quien sólo Herminia había conocido hasta su boda con Mauricio, se reveló á Fortunato.

Pero no por marchar suavemente dejaba de murmurar la cristalina sierpe algunas cosas al oído de nuestra pareja. Al principio la condesa pensaba que decía siempre lo mismo. ¡Qué pesadez!

Si se les da el más pequeño indicio, descubrirán también la verdad respecto de todos nosotros añadió con intención, y es por demás alarmar a la feliz pareja. Tomás Búfalo no sólo puso a disposición de don Jorge todo lo que llevaba, sino que parecía disfrutar ante la perspectiva de una obligada reclusión.