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Actualizado: 31 de agosto de 2025
A D. Basilio le parecía esto incompatible con las luces del siglo, y lo mismo creía doña Lupe; pero se guardó muy bien de detener a su sobrino por la ojeriza que le tenía, y Juan Pablo se fue, quedando en la mesa los comensales en la tranquilizadora cifra de doce.
Ya lo sé; estuviste dos horas y media en el confesonario, y el señor Ronzal se cansó de esperar y no tuvo contestación que dar al señor Pablo, que se volvió al pueblo creyendo que tú y Ronzal y yo y todos somos unos mequetrefes sin palabra, que sabemos explotarlos cuando los necesitamos y cuando ellos nos necesitan los dejamos en la estacada.
Pablo y Gregoria llegaron silenciosos a la casa paterna, que entonces más que en ocasión alguna, parecía convento de cartujos; y empujando la puerta entornada, atravesaron el zaguán y el patio desiertos, donde algunas plantas amarilleaban ya bajo el cielo nublado de otoño, y entraron en la alcoba de don Aquiles.
El señor Fermín era una de las curiosidades de Marchamalo, que don Pablo exhibía a sus acompañantes.
Hablaba con voz campanuda, muy despacio, sin mirar a Pablo Aquiles, mudo delante de él. Vino Casilda, y con aire digno se sentó, sin saludar a su cuñado.
Nadie, ¿lo entiende usted, don Pablo? nadie: y el que lo intenta no sale del mal paso impunemente. Somos tan buenos como los que más, y mi hermana, aunque pobre, puede entrar por la puerta grande en una familia que, aunque posea millones, tiene en su seno hombres como Luis y hembras como las Marquesitas.
Era ya tarde, más de las once de la noche, y yo me encontraba departiendo con un grupo de jóvenes oficiales en el cuartel de la Guardia Rural de San Luis, cuando se presentó un ordenanza, que traía un telegrama urgente para el General Pablo Mendieta.
Adviértase también que los ingenios extraordinarios que comunican movimiento y señalan derrotero a un período literario, los que Juan Pablo Richter denomina genios activos, son o han sido muy pocos en el mundo.
Juan repetía lo que Pablo había dicho la víspera: Tendréis dinero, mucho dinero para vuestros pobres. ¡Dinero, dinero!... Sí, mis pobres no perderán nada, quizá ganarán... Pero ese dinero tendré que ir a pedirlo, y en el salón, en vez de mi vieja amiga encontraré a esa americana de cabellos rojos, ¡parece que tiene los cabellos rojos!
Claro que dominan las baratijas; pero entre ellas corren, a veces sin que se las vea, joyas de inestimable precio. La mesa presidida por Juan Pablo Rubín era la segunda, entrando, a mano derecha.
Palabra del Dia
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