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Actualizado: 11 de julio de 2025
La noche había cerrado sombría y amenazadora; el cielo estaba cubierto de nubes de color de plomo; el aire, que zumbaba encarcelado en las estrechas y retorcidas calles, agitaba la moribunda luz del farolillo de los retablos, ó hacía girar con un chirrido agudo las veletas de hierro de las torres.
Lleno de regocijo al verme rodeado de una naturaleza, tan diferente de la que me habian presentado la vertiente occidental y los llanos de la cordillera, quise, ántes de ocultarme bajo esta bóveda de nubes, vagar libremente algunos instantes por sobre la region del trueno.
Cuando me levanté, al día siguiente por la mañana, tenía zumbidos en la cabeza, y ante mis ojos bailaban manchas de luz verdes y amarillas. Al ver mi semblante, Marta juntó las manos por encima de su cabeza, y Roberto, que otra vez estaba sentado en la esquina del sofá, envuelto nuevamente en nubes de humo, exclamó: ¿Has pasado la noche llorando o bailando?
Tocaba la obra á su término, á las ocho de la noche, cuando súbitamente corrió la voz de que en el coliseo se había declarado un incendio, el cual empezó porque una bujía prendió fuego en una de las simuladas nubes de papel y tela.
El Duque se presentó con levita negra y sombrero de copa, un tanto más pálido que de ordinario, pero afectando una calma desdeñosa, sin faltar a la cortesía. Traía en la boca un cigarro puro, y se envolvía en ligeras nubes de humo, mientras caminaba a la par de Soldevilla.
Tengo delante el «real» solitario, la llanura desierta y silenciosa, en el fondo de la cual corre el Pedregoso adormecido y manso bajo las arboledas.... Me abismo en la contemplación del paisaje; te nombro, y mi alma corre hacia las montañas esas que me separan de tí, y escala las cimas, y vuela con las nubes, y va a velar tu sueño.
Quedaron remachados los clavos de su cadena. ¡Era suya, enteramente suya! Este pensamiento barrió hasta las últimas nubes que oscurecían su alma. Quedó en una dulce quietud, en un íntimo recogimiento de dicha; le acometieron ansias locas de humildad. ¿Qué le importaba á ella por el mundo? ¿Qué le daba á ella el mundo? Quien la hacía feliz era él. Á él debía, pues, obedecer; él era su rey y señor.
El ministro ascendió los escalones. Era una obscura noche de principios de Mayo. El cielo estaba cubierto en toda su extensión con un manto espeso de nubes.
Yo caí desde lo alto de las nubes. ¡De modo que los bosquecillos de nuestro jardín nunca habían prestado su abrigo a dos enamorados; la luna, que brillaba por entre las ramas, nunca había sido testigo de besos clandestinos! ¡Puras quimeras todas mis imaginaciones!
El aviador salía una hermosa mañana en su aparato de caza, elevándose á través de las nubes en busca del enemigo, con la alegre confianza de un joven paladín marchando al encuentro de las aventuras.
Palabra del Dia
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