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Sabía el astuto cabecilla, y de fijo que no lo ignoraban sus edecanes, que aun en el caso muy improbable por otra parte de obtener un triunfo completo y decisivo sobre los blancos, no les habría sido posible constituir una república de negros, puesto que á ello se hubieran opuesto resueltamente los norteamericanos, que, como se sabe, no se distinguen por su amor á los hombres de piel obscura.

Muchas líneas directas de vapores de Europa, así como algunas de Nueva York, Boston y otros puertos norteamericanos, ofrecen comunicación regular y medios rápidos de transporte para la gran república. La población del Brasil se calcula en 24,000,000 de habitantes, en su mayor parte de descendencia portuguesa, y el portugués es el idioma oficial de la república.

Según parece, fui amontonando en él tales dificultades do ejecución, que los ingenieros norteamericanos que inventan nuevas «magias» para esta clase de obras todavía están haciendo estudios y no han podido encontrar el modo de que aparezcan en el lienzo luminoso, á un mismo tiempo y sin trampa visible, la enormidad del Gentleman-Montaña y la bulliciosa pequeñez de las muchedumbres que pueblan la Ciudad-Paraíso de las Mujeres.

En este lado, a partir del fumadero, se encontraba «el rincón de las cocotas»; luego, «la sección cómica», o sea, los numerosos sillones de los cantantes masculinos y femeninos de la compañía de opereta; «la gallegada», donde se juntaban los españoles; y el grupo de «la gringada», mucho más numeroso, compuesto de comisionistas alemanes que pensaban penetrar con su muestrario hasta el corazón de América; relojeros suizos, de aspecto bonancible, pero prontos a irritarse con una cólera fría que tardaba mucho en disolverse; pequeños negociantes británicos; agricultores escandinavos establecidos en el extremo Sur; rubias alemanas que iban en busca de sus maridos, y los ganaderos norteamericanos, que al caer la tarde estaban ya medio ebrios.

Desde 1840 se leen avisos en los diarios norteamericanos previniendo los inconvenientes que encuentran los emigrados, y los cónsules de América hacen publicar en los diarios de Alemania, Suiza e Italia avisos iguales para que no emigren más.

Herbert Spencer, formulando con noble sinceridad su saludo a la democracia de América en un banquete de New York, señalaba el rasgo fundamental de la vida de los norteamericanos en esa misma desbordada inquietud que se manifiesta por la pasión infinita del trabajo y la porfía de la expansión material en todas sus formas.

Allí se adormecen, y cuando, al despertar, sienten venir la muerte en los primeros efectos del tósigo, reúnen sus fuerzas, se arrastran hasta la orilla del mar y absorben con avidez las ondas saladas que les devuelven la vida. Se conserva el recuerdo de unos jóvenes norteamericanos que, echándose el fusil al hombro, resolvieron hacer a pie el camino de Salgar a Barranquilla.