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Sentía bullir bajo sus pies la poderosa máquina y pensaba que cada vuelta de aquel rápido motor le alejaba de la cautividad y lo acercaba á los que le amaban y no habían cesado de llorarle. Sus miembros estaban como entumidos, pero su pensamiento se destacaba poco á poco como de una bruma y aparecía luminoso y activo.

Era como ir a misa, para el hombre devoto, o como visitar el cementerio donde yacen los restos de la persona querida. Desde que pasaba de la iglesia de Chamberí veía el disco de la noria, y ya no le quitaba los ojos hasta llegar próximo a él. Cuando el motor daba sus vueltas con celeridad, el enamorado, sin saber por qué y obedeciendo a un impulso de su sangre, avivaba el paso.

Volvió a tomar la dirección Norte, sintiendo en su alma el suplicio indecible que producía la conjunción de dos sentimientos tan opuestos como el anhelo de la verdad y el terror de ella. Al distinguir el motor de noria que se destacaba sobre la casa de las Micaelas, no pudo reprimir un ahogo de pena que le hizo sollozar. El disco no se movía.

En un rincón del molino, el árbol motor rodaba y rodaba como el genio del caserón; ruedas dentadas, correas tendidas de uno á otro extremo del local, transmitían el movimiento á las rechinantes muelas, á la tolva oscilante, con ruido seco, á una porción de artefactos de madera ó metal, que cantaban, crugían ó gritaban en hermoso concierto.

Pero lo más visible y lo que más cautivaba la atención del desconsolado muchacho era un motor de viento, sistema Parson, para noria, que se destacaba sobre altísimo aparato a mayor altura que los tejados del convento y de las casas próximas.

Morsamor dio entonces forma y vida a este nuevo pensamiento, y vio en torno suyo, discurrir entre la niebla diminutas y vaporosas semideidades, geniecillos sutiles que apenas eran algo y casi se convertían en flores retóricas: gnomos deformes y enanos, que trabajaban sin cesar en el centro obscuro de la tierra y sacaban de allí para sus naciones favoritas piedras y metales preciosos, raros documentos de los archivos subterráneos, y primitivas selvas, alimento del fuego, motor y artífice infatigable.

De pronto sonó en la huerta un ¡ah! prolongado y gozoso, como los que lanza la multitud en presencia de los fuegos artificiales. Todas las recogidas miraban al disco, que se había movido solemnemente, dando dos vueltas y parándose otra vez. «Aire, aire» gritaron varias voces. Pero el motor no dio después más que media vuelta, y otra vez quieto.

Un ingenioso naturalista lo compara á un gigantesco embudo que absorbiese bruscamente. La ola, escapándose de allí bajo espantosa presión, se eleva á alturas de que no hay otro ejemplo en nuestros mares. La marejada del Noroeste es el motor de la máquina, y si es un tanto más Norte empuja hacia el fondo del golfo, va á aplastar San Juan de Luz.