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Actualizado: 19 de junio de 2025


34 Así que, no os acongojéis por lo de mañana; que el mañana traerá su congoja: basta al día su aflicción. 1 No juzguéis, para que no seáis juzgados. 2 Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados; y con la medida con que medís, os volverán a medir. 3 Y ¿por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu ojo? 5 ¡Hipócrita!

Mandó al instante D. Juan de Fonseca se retirase el carruage, y en seguida se fue á ver á la archiduquesa, á la cual encontró ya á la puerta del palacio de la Mota, preparada á marchar en trage de camino.

Por cierto que su primer rayo no hirió directamente nuestras pupilas, sino que fué á besar con amoroso respeto un arrogantísimo torreón gótico, que ya habíamos divisado enfrente de la Estación, sobre las ruinas de una antigua fortaleza. Era la famosa Torre del Homenaje del celebérrimo Castillo de la Mota.

Cubría su cabeza un sombrero calañés de terciopelo, con mota rizada, sujeto a la mandíbula por un barboquejo. El cuello de la camisa, limpio de corbata, estaba sujeto con un par de brillantes, y otros dos más gruesos centelleaban en la ondulada pechera.

Como quiera que ello sea, la linda efigie atrae mucho la atención, y más cuando llega a saberse que entre los documentos existentes en el archivo de la casa del marqués hay un escrito de don Melchor de la Mota, tío del marqués actual y cuarto hijo del abuelo de éste, D. Jacinto, donde se refiere la historia de la imagen y se explica el suceso de la herida que lleva en el pecho.

802 "Y ya caliente Barullo, quiso seguir la chacota; se le había erizao la mota lo que empezó la reyerta: el viejo ganó la puerta y apeló a las de gaviota." 803 "De esa costumbre maldita dende entonces se curó; a las casas no volvió: se metió en un cicutal y alli escondido pasó esa noche sin cenar."

El duque de Campoverde, a quien llamo así para ocultar su verdadero título, protegía y albergaba en su casa a un sobrino suyo, tan ilustre como pobre, llamado D. Jacinto de la Mota, gallardo mancebo en la florida edad de veinticuatro años, elegantísimo, discreto y agradable por todo extremo. Y lo más singular y raro que en él había era su espiritual e inmaculada limpieza.

D. Jacinto de la Mota jamás fue hipócrita ni falso en sus devociones, ni en la austeridad de su vida. Educado severamente, muy correcto en todo y guiado por el santo temor de Dios, cumplía con sus deberes, sin el menor asomo de jactancia.

Aquella segunda campaña de baratijero fue una barredera en el lugar. Ni una mota dejó el pícaro en Tablanca. Particularmente Facia, que era de suyo sencillota y noble, se despilfarró.

Hablaba inglés y alemán, lo que le proporcionaba cierto prestigio misterioso, indiscutible, y cada vez que su partido era llamado al poder, su nombre figuraba el primero en la lista de ministros. Nadie osaba disputarle la dirección de las relaciones diplomáticas. Jamás se había sorprendido la más pequeña mota en su levita ni el más leve rastro de idea propia en sus palabras.

Palabra del Dia

rigoleto

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