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Actualizado: 13 de mayo de 2025
En realidad, un escritor no tiene verdadera independencia de pensamiento mientras no puede vivir de su pluma, y algo de esto ocurre también con el elector. ¿Sabe usted lo que yo he tenido que hacer en las elecciones pasadas para valorizar un tanto mi derecho de elector? Pues he tenido que votar dos veces: una por un candidato monárquico, y otra, por un republicano.
El camino de la «Cabeza-Negra.» El canton de Valais. El Valle del Dranza y Martigny. El Ródano. Allí el viajero se encuentra totalmente rodeado de los magníficos cuadros de la naturaleza alpestre, de tal manera análogos, aunque multiformes, que no se percibe muy fácilmente la transicion al pasar del país monárquico de Saboya á la republicana Suiza.
Cuando le oía afirmar que era monárquico y enseguida que la idea de Patria no es consustancial con la monarquía, se le llevaban los demonios, y finalmente a punto estuvo de desheredarle sabiendo que durante las elecciones asistió a una reunión de distrito donde solicitó el voto de lo descamisados.
Es verdad que uno de nuestros antiguos reyes lo hizo; pero el pobre caballo en que subió, no pudo bajar y se quedó, como el sepulcro de Mahoma, suspenso entre el cielo y la tierra; fue preciso matarlo en su elevado puesto. Sir John está desesperado porque no le permiten gozar de este monárquico pasatiempo.
Probablemente, si Francia y España no hubieran reclamado algo en balde para súbditos suyos, tal vez nunca hubieran tenido la ocurrencia de favorecer en Méjico á un partido monárquico y un tanto aristocrático y de ir allí á levantar el trono, que pagó más tarde muy caro un príncipe egregio y bondadoso.
El clero los educaba en esta creencia, por la comunidad de intereses entre la Iglesia y el Trono. Hasta los poetas más ilustres corrompían al pueblo, ensalzando el servilismo monárquico en sus comedias. Calderón afirmaba que la hacienda y la vida del ciudadano no pertenecían a éste, pues eran del rey.
Y en la tarde del día anterior, una mujer vestida de negro con un mantón echado por la cabeza, alta, flaca, vieja, semejante a una momia animada por la aflicción, acechaba en las proximidades del Palacio Real la salida y paso de un coche. Su ansiedad era grande, su esperanza débil, aunque poseía el más vivo fervor monárquico que ha existido quizás en el presente siglo.
El eco de la revolución inglesa vibraba aún en el mundo. Los monarcas querían ser amados, no temidos, y en casi todas las naciones luchaban con el embrutecimiento de las masas, imponiendo las reformas progresivas de real orden y casi por la fuerza. Pero el gran mal del sistema monárquico es la herencia, el poder vinculado en una familia.
Sin embargo, el periodista monárquico le tiró impensadamente un golpe a la cabeza; pero hubo de salirle caro, porque Miguel paró y contestó con tal rapidez, que si no rompe a tiempo le raja la cara. Desde entonces no tiró más tajos. La lucha se prolongó cerca de quince minutos sin resultado.
El gremio de sastres, que siempre ha sido muy numeroso en Sevilla, cuando el viaje á esta ciudad de Felipe V en 1729, se propuso obsequiar al rey, ardiendo en entusiasmo monárquico de tal modo y manera, que en su obsequio dejase atrás cuanto en el mismo sentido pudieran hacer otros.
Palabra del Dia
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