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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Y el viejo Luna, saltando de abuelo en abuelo a través de los siglos, recordaba al archiduque Alberto, que renunció la mitra toledana para ir a gobernar los Países Bajos, y al magnífico cardenal Tavera, protector de las artes; todos príncipes excelentes, que habían tratado con cariño a la familia, reconociendo su secular adhesión a la Santa Iglesia Primada.
Todos conocían su lealtad impecable y aquel su empeño de aguijonear ambiciones: «¿Qué espera vuesamerced, señor Deán, para pretender la mitra que tanto se merece?» «El peor enemigo de vuesa merced, señor Alférez, es su propia modestia, que sé yo de muchos que, con la mitad de los servicios que todos le conocemos, gobiernan plazas y comandan ejércitos.
Y la iglesia de San Estéban, así como la basílica del hijo de Clovis, habia sucedido á un templo pagano, levantado á Júpiter durante el reinado de Tiberio. Mucho despues, á mediados del siglo XII, un hombre ilustre, un oscuro hijo del pueblo que ganó la mitra á fuerza de talento, de virtudes y de piedad, Mauricio de Sully, concibió el pensamiento de construir la iglesia que ahora admiro.
El anhelo impaciente de una mitra era ahora más fuerte que su virtud y el gran pecado de su alma. Dominado por la reverente admiración que profesaba a su maestro, y habiéndole entregado desde los primeros días todo su ánimo, Ramiro miró derechamente la senda que señalaba aquella mano sacerdotal.
Pensaba en San Agustín; se le figuraba con gran mitra dorada y capa de raso y oro, recorriendo el desierto en un África que poblaba ella de fieras y de palmeras que llegaban a las nubes. Era, como en la infancia, un delicioso imaginar; otro canto de su poema.
Los otros bolsistas aprobaban con movimientos de cabeza, y su esposa le miró con asombro y escándalo al mismo tiempo. Sin duda pensaba en Clarita, no pudiendo comprender cómo faltaba a sus deberes un hombre que decía cosas tan sensatas y dignas de respeto. Tras el palio, la gente admiraba un nuevo grupo de capas de oro, sobre las cuales sobresalía la puntiaguda mitra y el brillante báculo.
Don Sancho, hijo de don Jaime de Aragón y hermano de la reina de Castilla, estima en más su título de caudillo que la mitra de Toledo, y al ver que los moros avanzan, sale a su encuentro en los campos de Marios, se mete en lo más fuerte del combate y cae muerto por la morisma, que le corta las manos y pone su cabeza en una pica.
Palabra del Dia
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