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Actualizado: 5 de julio de 2025
Fue seguramente en aquellos mismos días cuando Pipaón, deseando rematar convenientemente sus honestas relaciones con Micaelita, determinó echarse al cuello la soga del matrimonio. Exigíalo su posición social, ya considerable, y lo pedía a grito herido su peculio, el cual con el acrecentamiento de los gastos y comodidades necesitaba refuerzos grandes.
Como Gracián se interesaba tanto por sus amigos y quería llevar todos los beneficios posibles al seno de las familias cristianas, tomó muy a pecho la realización del casamiento de Bragas con Micaelita, proyecto de que ya hay noticias en el libro anterior.
Que se sopló mucho, echando fuera toda la caja del pecho, y dijo loor a esto, loor a lo otro. ¿Se casa con Micaelita? Dios los cría y ellos se juntan. ¿Y te retiras ya? Si, porque yo he dicho a D. Felicísimo que estoy enfermo. ¿A dónde vas? Allá replicó Tablas manifestando en la mirada recelosa que a Salvador dirigió, que no debía hablar con más claridad.
El bueno de D. Juan iba muchas tardes en busca del Padre Gracián para conferenciar con él de los últimos obstáculos que convenía allanar para casarse con Micaelita. Hablando de la tierra con que el profesor de
Púsose blanco el bendito agente, como piedra caliza, y su rostro plano causaba terror, porque parecía próximo a descomponerse en piezas, cayendo cada fracción por su lado. En vano quiso disculparse Pipaón, en vano Micaelita intentó disculparle también, llevada del amor que aquel día le tuvo, y hasta Doña María del Sagrario arrojó con timidez una palabra de paz en medio de la ardiente filípica.
Palabra del Dia
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