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Actualizado: 29 de mayo de 2025
A él especialmente acuden jóvenes y viejos, hombres y mujeres, para pedirle lo que desgraciadamente sería para todos la alegría suprema de la vida, oro, riquezas, un tesoro. Cuéntannos antiguas tradiciones como los genios de la montaña se meten por las venas de la tierra para introducir en ellas cristales y metal, para mezclar diversamente minerales y tierras.
Se llenan de una pasta hecha con salpicón de trufas, bechamelle y queso parmesano; se tapan con su propia cubierta, y en latas se meten un cuarto de hora al horno.
MIL HOJAS. Se hace un hojaldre fino, se extiende con el rollo y con un frutero grande de cristal se cortan unas cuantas circunferencias iguales, y en unas latas se meten al horno por separado; una vez doradas se dejan enfriar y se coloca una capa, que se rellena con pasta de ciruela, cereza, grosella, albaricoque, o lo que más guste; se pone otra capa y se rellena de crema, otra de fruta, otra de Chantilly, y así sucesivamente, se rodea de merengue y se cubre con una mermelada con frutas confitadas.
Convendrás, con todo, en que yo no he dado motivo. Yo no soy como otros frailes, que se meten á dar consejos que no les piden, y quieren gobernar lo temporal y lo eterno, y dirigirlo todo en cada casa donde entran. ¿No es así? Así es. Más bien tengo yo que lamentarme de que V. me aconseja poco. Pues hoy no te quejarás por ese lado.
La despojan de sus vestidos y la pasean desnuda por la ciudad; después la mutilan del modo más horrible, la meten en un saco y la exponen a la puerta de una mezquita, donde todo hombre, incluso un cristiano, puede llenarla de golpes, de injurias y de barro... ¿Qué hubieras, pues, hecho más por tu hermana, Blasillo? ¡Siempre asesinatos, siempre!
Las de Codillo, hijas de don Eusebio Codillo, el dueño del Café de la Marina, de la calle del Cantón, hoy arrendado a un murciano, son cinco y muy desiguales entre sí en color, en estatura y en carnes; pero todas ellas tienen cierto andar, cierto sonreír y cierto... vamos; y, sobre todo, unos humos de señoritas principales y acaudaladas, que meten miedo.
El P. Irene, don Custodio y el P. Fernandez asentían con la cabeza. ¿Pero los indios no deben saber castellano, sabe usted? gritó el P. Camorra; no deben saber porque luego se meten á discutir con nosotros, y los indios no deben discutir sino obedecer y pagar... no deben meterse á interpretar lo que dicen las leyes ni los libros, ¡son tan sutiles y picapleitos!
«¡Señorito, al Hotel H!..... ¡Señorito, al Hotel B!..... ¡Señorito, á la Fonda X!.....» nos gritaban los commissionnaires et facteurs, ni más ni menos que si acabásemos de llegar á París ó Londres. ¡Bien por Salamanca! exclamamos nosotros. ¡Nobleza obliga! ¡Cuando los Grandes se meten á plebeyos, deben hacer las cosas con este rumbo! No era cosa de equivocarse en punto de tamaña trascendencia.
CODORNICES CON HOJA DE PARRA. Después de preparadas y limpias, se les mete dentro un poco de tocino, una lonja de jamón y una ramita de perejil; se embadurnan bien con manteca, se envuelven en una hoja de parra, se atan y meten al horno; cuando están asadas se suelta el hilo, y se sirven cada una en su hoja.
Si empezamos a hacer disparates y a portarnos como dos intrigantas que se meten donde no las llaman, merecemos que nos tome Ido por tipos de sus novelas. Vámonos ahora a San Ginés, y luego sabremos la opinión del señor de Quevedo. Descuida, que no se nos morirá de hambre».
Palabra del Dia
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