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Yo soy don Quijote de la Mancha, cuyo asumpto es acudir a toda suerte de menesterosos, y, siendo esto así, como lo es, no habéis menester, señora, captar benevolencias ni buscar preámbulos, sino, a la llana y sin rodeos, decir vuestros males, que oídos os escuchan que sabrán, si no remediarlos, dolerse dellos.

De la renta de dicho capital, que no había de ser ni alterado ni mermado, viviría D. Joaquín con grande esplendor y lujo, y cuanto sobrase, sin hacer ahorros mezquinos, se dedicaría a obras de caridad y a socorrer y a aupar a los parientes pobres y menesterosos, de quienes en manera alguna debe avergonzarse quien los tenga, si bien ha de procurar ponerlos en situación de poder alternar con ellos sin el disgusto que causa el alternar con gente zafia, hambrienta y mal vestida.

Diez mil duros da anualmente á su señora, para que pueda satisfacer sus caritativas inclinaciones. Pero ¿es él quien da esos diez mil duros á los menesterosos? No, no es él. Esto importa mucho para describir religiosamente el carácter propio del personaje que nos ocupa. No es él.

La criada llevaba un lío de cosas, dádivas que la señora traía a los menesterosos de aquella pobrísima vecindad.

Y si bien recordó a D. Quijote, cuando vencido por el caballero de la Blanca Luna decidió hacerse pastor, maldito el efecto que le hizo la burla, sino que pensó en renovar con Pepita Jiménez, en nuestra edad prosaica y descreída, la edad venturosa y el piadosísimo ejemplo de Filemón y de Baucis, tejiendo un dechado de vida patriarcal en aquellos campos amenos; fundando en el lugar que le vio nacer un hogar doméstico lleno de religión, que fuese a la vez asilo de menesterosos, centro de cultura y de amistosa convivencia, y limpio espejo donde pudieran mirarse las familias; y uniendo por último el amor conyugal con el amor de Dios, para que Dios santificase y visitase la morada de ellos, haciéndola como templo, donde los dos fuesen ministros y sacerdotes, hasta que dispusiese el cielo llevárselos juntos a mejor vida.

De joven había sido novicio en una orden religiosa, pero ahorcó los hábitos el año 8 para batirse contra el francés, sacrificio que no le libró de ser conocido con el apodo de el Fraile entre los comerciantes y las gentes de su industria. Le suponían poseedor de millones, y era el banquero de todos los mercaderes menesterosos.

En cambio, si el orden establecido se conserva y se cuida de que nadie se haga rico burlando el Código Penal, todos trabajarán y se ingeniarán decentemente, por donde crecerán la riqueza y el bienestar; y los ricos serán más ricos y serán más, y los pobres serán menos pobres y menesterosos; y llegará el día, allá en lo por venir, en que los pobres estén mejor tratados que los ricos de ahora.

Todos le dijeron que dijese lo que quisiese, que de buena gana le escucharían. Don Quijote, con esta licencia, prosiguió diciendo: Yo, señores míos, soy caballero andante, cuyo ejercicio es el de las armas, y cuya profesión la de favorecer a los necesitados de favor y acudir a los menesterosos.

Ingeniosamente impugnó Tiburcio estas razones, manifestando que el pordiosero y el fraile, sobre ser desvalidos y menesterosos, lo cual no es chica pena, pueden padecer además tormentos insufribles. ¿Has olvidado, acaso concluyó Tiburcio , cuánto te atormentabas en el claustro?

Tenía un pequeño caudal repartido en diferentes préstamos hechos a amigos menesterosos. Algunos le habían firmado pagarés de mil, de dos y hasta de tres mil reales. Todos estos papeles fueron rotos.