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Beruete, fundándose en razones que no carecen de fuerza como la desproporción entre la silla y la figura que antes, dice, debía de ser menor, y la ejecución de la cabeza, que atribuye a Mazo, comparte la opinión de Justi.

Cuando había alarmas batían la cavidad del mortero con el mazo de su servicio, dando en sus broncos sonidos voces de alarma.

Es copia de la memoria que se hiço de lo que se alló, en el quarto del Príncipe nro Sr, que eran alhajas de su Mg.d, hallándose presentes el dho D. Fran.co, de Rojas, aposentador, Juan Baupdel Mazo, yerno de Diego de Silua Velázquez, aposentador que fue, y por cuya muerte estauan en dicho quarto para diferentes disposiciones; y entre otras alajas del mismo Diego Velázquez, que se reconoçieron y apartaron, y las tocantes a Su Mag.d, quedaron a cargo del dho don Fran.co de Rojas, y pasó en mi presencia, y así lo çertifico, en M.d a veinte y nueve de Septt.e de mil y seiscientos y sesenta y un años.

Entonces desenrolló éste el paquete que traía y puso delante de los ojos de ambos muchos garabatos y números, que él descifraba con negligencia; luego sacó de su cartera un mazo de billetes, que contó: veinte mil pesos, diez mil para cada uno y diez mil que había recibido Gregoria; él, a pesar de sus trabajos en la testamentaría, del derecho que le asignaba la ley, renunciaba generosamente al cobro de sus haberes. ¿Querían conservar las cuentas para examinarlas despacio?

Fundamentos de la moral, vertida directamente del inglés, por Siro García del Mazo; 4.º, 1881, 5 y 5,50 pesetas. Los primeros principios, traducción de José Andrés Irueste; 4.º, 6 y 7 pesetas. Principios de Sociología; traducción de Eduardo Cazorla, 1883, 2 tomos 4.º, 14 y 15,50 pesetas. Pepita Jiménez; 2,50 y 3 pesetas. Doña Luz; 2,50 y 3 pesetas.

A la luz de aquella lámpara miróse las manos, que sentía húmedas y pegajosas, y vióselas teñidas de sangre... Un horror inmenso invadió entonces su cuerpo y anegó su alma, y una idea taladró al fin su mente, como un clavo ardiendo al empuje de un mazo: la de su hija Lilí, arrodillada en el estudio, mostrándole sus manitas manchadas también con la sangre de su hermano, repitiendo con la opaca vibración de un terror sin medida: ¡Sangre!... Mamá... ¡Sangre!...