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Actualizado: 9 de junio de 2025
A ese ciudadano le voy a dejar cojo para toda su vida dijo el extranjero. Efectivamente, disparó y uno de los hombres cayó al suelo dando gritos. Buena puntería dijo Martín. No es mala contestó fríamente el extranjero. Los otros cinco hombres recogieron al herido y lo retiraron hacia un declive. Luego, cuatro de ellos, dirigidos por Luschía, dispararon al árbol de dónde había salido el tiro.
Consideraba, sin duda, una magnífica adquisición la de Zalacaín y Bautista, pero desconfiaba de ellos y, aunque no como prisioneros, los llevaba separados y no les dejaba hablar a solas. Luschía tenía también sus lugartenientes; Praschcu, Belcha y el Corneta de Lasala.
Los hombres que espiaban el paso fueron acercándose a la venta, ocultándose por los lados del camino. El coche iba casi lleno. El Cura, el Jabonero y los siete u ocho hombres que estaban con ellos se plantaron en medio de la carretera. Al acercarse el coche, el Cura levantó su garrote y gritó: ¡Alto! Anchusa y Luschía se agarraron a la cabezada de los caballos y el coche se detuvo.
La señora vieja, sollozando, se tiró en la hierba, por consejo de Martín. ¿Es usted buen tirador? preguntó Zalacaín al extranjero. ¿Yo? Sí. Bastante regular. ¿Y usted, señorita? También he tirado algunas veces. Seis hombres se fueron acercando a unos cien metros de donde estaban guarecidos Martín, la señorita y el extranjero. Uno de ellos era Luschía.
Efectivamente, poco después, Luschía llamó a Zalacaín y a Bautista. Pasad les dijo. Subieron por la escalera de madera hasta el desván y llamaron en una puerta. ¿Se puede? preguntó Luschía. Adelante. Zalacaín, a pesar de ser templado, sintió un ligero estremecimiento en todo el cuerpo, pero se irguió y entró sonriente en el cuarto. Bautista llevaba el ánimo de protestar.
¡Atadlos! dijo Luschía, el aldeano de la pipa. Sacaron a la calle un tambor de regimiento y un cesto, y a los dos viejos los ataron. ¿Qué es lo que han hecho? preguntó Martín a uno de la partida que llevaba una boina a rayas. Que son traidores contestó éste. El uno era un maestro de escuela y el otro un expartidario de la guerrilla del Cura.
Anchusa y Luschía llevaron los caballos y no quedaron con el cura más que unos ocho hombres, contando con Bautista, Zalacaín y Joshé Cracasch. Acompañad a éstos dijo el cabecilla a dos de sus hombres, señalando a los campesinos y al cura. Vosotros é indicó a Bautista, Zalacaín, Joshé Cracasch y otros dos hombres armados id con la señora, la señorita y este viajero.
Palabra del Dia
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