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Actualizado: 15 de mayo de 2025
Lucía tenía por confesor al P. Jacinto, y se llevaba tan bien con su madre, que las únicas discusiones que había entre ellas eran sobre los méritos de sus respectivos confesores.
Bajose rápidamente Artegui, y tomando con nervioso vigor a Lucía en sus brazos, dio a correr sin mirar por dónde, saltando zanjas, atravesando barbechos, pisando apios y coles, hasta llegar, azotado por la lluvia, perseguido por el trueno que se acercaba, a la carretera.
Hacia Artegui de maestresala y copero, nombraba los platos, escanciaba y trinchaba, previniendo los caprichos pueriles de Lucía, descascarando las almendras, mondando las manzanas y sumergiendo en el bol de cristal tallado lleno de agua, las rubias uvas.
Aconteció esto al otro día de aquel en que Lucía manifestara a Pilar tal interés por la salud de la madre de Artegui.
Yo le conozco mucho, hace tiempo aseveró Pilar, que como todas las jóvenes de la clase media introducidas en la buena sociedad, tenía prurito de conocer al mundo entero. ¿Tú... le conoces hace tiempo? murmuró Lucía, subyugada y ofreciendo a la anémica el brazo para que se apoyase. Sí, mujer. Va cada año a Madrid, a veces por todo el invierno, pero generalmente un mes o dos de primavera.
Mucha, mucha alegría. Lucía misma, que en los dos días que estuvo allí Juan le dio ocasión de extrañeza con unos cambios bruscos de disposición que él no podía explicarse, por ser mayores y menos racionales que los que ya él le conocía, estaba ahora como quien vuelve de una enfermedad.
Soltó la pistola, que cayó en la alfombra con ruido mate, y estrechó a la mujer.... Cedió el talle de ésta como una flor tronchada, y hallose con Lucía exánime en los brazos.
Si aplicara el oído a la pared, oiría quizás claramente; pero no se atrevió a aplicarlo. Por la ventana del comedor que daba a un patio medianero, veíase otra ventana igual con visillos en los cristales. Allí lucía una lámpara con pantalla verde, y alrededor de ella pasaban bultos, sombras, borrosas imágenes de personas, cuyas caras no se podían distinguir.
Encima de la clave del arco lucia el nobilísimo escudo con las armas de los Colones, y á ambos lados, á modo de remates ó crestería, corrían grupos de delfines, alusivos á la empresa paterna.
Las estatuas, en la tranquilidad de la sala, le parecían reposar. Flotaba sobre ella una influencia serena y pura. Y Julio también era otro. Ya no tenía aquella vaga tristeza en el semblante distraído, y su modo, sus palabras, eran dulzura y galantería, no solamente para con ella, sino también cuando se dirigía a Charito, a Lucía o a la institutriz.
Palabra del Dia
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