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Actualizado: 28 de noviembre de 2025
Pero, si has escuchado atentamente, comprenderás sin pena que su vida entera transcurrió en preparar, en llevar, por decirlo así, a madurez ese instante único.
Pero teniendo en cuenta tus virtudes, cierro mis ojos a aquella disparatada ostentación y espero que tú me correspondas, volviendo a tu modestia y no poniéndome en el caso de hacer una justiciada. De este modo nuestros hijos tendrán pan que llevar a la boca y zapatos con que calzarse, y yo podré esperar tranquilo la vejez».
Si te dejo sola, aunque te asegure la subsistencia, te arrastrarán otra vez las pasiones y volverás a la vida mala. Necesita mi niña un freno, y ese freno, que es la legalidad, no le será molesto si lo sabe llevar... si sigue los consejos que voy a darle. Tonta, tontaina, si todo en este mundo depende del modo, del estilo... Nada es bueno ni malo por sí. ¿Me entiendes?
Pero yo acompañaba á un distinguido literato español, el cual á fuer de Español, era muy galante; y como él habia visto una espléndida madrileña de ojos azules y cabeza rubia, capaz de seducir al mas cuerdo, era preciso dejarse llevar á remolque.
En fin, después de dar numerosas pruebas de su superioridad maniobrera y de marcha y fatigar a las escampavías, conseguía arrastrarlas bien lejos del lugar donde el gitano contaba llevar a cabo su desembarco.
Luego cortaban éstas é inclinaban el árbol, haciéndole caer en una carreta de bueyes, que emprendía lentamente su marcha á lo largo de la ribera, necesitando toda una jornada para llevar su carga hasta la Presa. Un trabajo largo y difícil siguió diciendo Moreno . Ayer estuve allá para verlo todo por mis ojos, y crea usted que la gente gana bien su plata.
Iba Preciosa confusa, que no sabía a qué efeto se habían hecho con ella aquellas diligencias, y más viéndose llevar en brazos de la Corregidora, y que le daba de un beso hasta ciento.
Algunos de sus compañeros solían llevar al aula, para leer a escondidas, obras literarias de las más famosas. Rubín no fue nunca aficionado a introducir de contrabando en clase, entre las páginas de la Farmacia químico-orgánica, el Werther de Goëthe o los dramas de Shakespeare.
Era el tal P. Procopio un desaforado jayán, cetrino y barbudo, más adecuado para llevar una casa sobre la espalda ó tirar de una carreta, que para gozar en contemplaciones místicas y éxtasis divinos.
Intentaba vencer la resistencia de Ojeda con los recuerdos de aquella capital, en la que había transcurrido lo mejor de su vida. Ella no conocía París. Su padre se había negado siempre a llevar su familia a esta ciudad. Se enfurecía el señor Kasper, como un profeta bíblico, al hablar de la moderna Babilonia, urbe corrompida, inventora de malas costumbres... ¡Ay, Berlín!
Palabra del Dia
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